La Iglesia que nos enseñó a tener miedo
Este artículo fue publicado en la revista Adventist Today del primer trimestre de 2023, cuyo tema fue “Las disculpas adventistas demoradas”. El sábado 25 de marzo, el Dr. Jackson dará el Seminario Sabático de Adventist Today sobre este tema.
Tengo un gran respeto por mis padres; demostraron más valor y amor del que yo podría reunir en varias vidas. Se conocieron y se casaron, y a principios de los años sesenta se convirtieron del cristianismo Bautista y metodista al cristianismo adventista.
La Iglesia Adventista del Séptimo Día despertó en mi padre una profunda devoción por seguir a Cristo. Esta devoción estaba fuertemente influenciada por los escritos de Ellen White. Siguiendo sus consejos, mi padre trasladó a su familia fuera de la ciudad de Los Ángeles. Yo fui el primer hijo de mis padres nacido en el desierto de Mojave. Mis cinco hermanos y yo asistíamos a escuelas adventistas cristianas, seguíamos una dieta vegetariana, nos absteníamos del chocolate (porque contiene pequeñas cantidades de cafeína), evitábamos escuchar música secular en la radio, limitábamos la televisión a un par de programas (It Is Written y The Waltons) y Dios nos libre de que nos descubrieran en el cine. Para nosotros, el cumplimiento estricto de las normas era parte integral de la fe adventista.
Sin embargo, algunos de los recuerdos de mi infancia me dejan con sentimientos inquietantes y contradictorios. Recuerdo que una noche, durante las devociones familiares, mi padre terminó una larga lectura de los escritos de Ellen White. Lo que debería haber sido una gran oportunidad para ofrecer a sus hijos la seguridad del amoroso cuidado de Dios resultó ser todo menos eso, porque la lectura de papá terminó con una reflexión sobre este pasaje:
Los que vivan en la tierra cuando cese la intercesión de Cristo en el santuario celestial deberán estar en pie en la presencia del Dios santo sin mediador. Sus vestiduras deberán estar sin mácula; sus caracteres, purificados de todo pecado por la sangre de la aspersión. Por la gracia de Dios y sus propios y diligentes esfuerzos deberán ser vencedores en la lucha con el mal. (Ellen White, El conflicto de los siglos, pp. 421)
Y nuevamente, “en aquel terrible momento, después de cesar la mediación de Jesús, a los santos les toca vivir sin intercesor en presencia del Dios santo” (Ellen White, Primeros escritos, pp. 280). ¡Vaya, estar ante los ojos de un Dios santo sin un mediador, sin Jesús a tu lado suplicando por ti!
Sabía que mis hermanos no eran tan disciplinados ni exigentes como yo. Algunos incluso se rebelaban contra todo. ¿Y si Jesús volvía antes de que ellos se arrepintieran? me preguntaba. Aquella noche negocié con Dios: Si yo vivía una vida recta, ¿salvaría a mis hermanos y me dejaría arder en el infierno en su lugar?
Este intento de negociación habla mucho de mi complejo de mesías precoz y de mi religión malsana. La enseñanza de que nuestro período de prueba con Dios se cerrará un día antes del regreso de Cristo es atroz e inexcusable. Si hay algo que Dios puede ofrecer, es tiempo.
Una religión de miedos
El cristianismo adventista crea una complicada historia de religión y miedo entrelazados de forma tensa e inseparable. Los tres ángeles del capítulo 14 del Apocalipsis de Juan lanzan advertencias que han marcado buena parte de su historia: “Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado” (Ap. 14: 7).
El escéptico David Hume señala que “tanto el miedo como la esperanza entran en la religión; porque ambas pasiones, en diferentes momentos, agitan la mente humana, y cada una de ellas forma una especie de divinidad, adecuada a sí misma”. Es inevitable que en la religión esté presente el miedo, ya sea para ser purgado -es decir, para ser expiado- o, en el caso de la religión de mentalidad de malsana, para que se instale en la mente. En su libro Las variedades de la experiencia religiosa, William James dice: “La peor clase de tristeza es la que adopta la forma de pánico al miedo”.
Considere las diversas formas en que el cristianismo adventista ha tomado el don natural, dado por Dios, del miedo y lo ha pervertido para convertirlo en una herramienta de manipulación en manos del poder eclesiástico:
- Como se ha descrito anteriormente, las repetidas advertencias de un tiempo en el que deberemos comparecer ante la presencia de Dios sin mediador -una noción totalmente terrorífica para aquellos de nosotros que no podemos alcanzar la perfección
- Usar el inminente regreso de Jesús, además de la culpa por los impulsos normales de la juventud, para llevar a los estudiantes de mente sensible al altar durante muchas semanas de oración en la escuela.
- Ilustración usada por evangelistas públicos, con espantosas bestias y un amenazador papa con mitra, que en breve iniciaría una persecución mundial de los observadores del sábado.
- La posibilidad (originada por Ellen White) de que incluso nuestros padres y pastores nos desampararían, dejándonos solos frente a las autoridades perseguidoras.
- Historias repetidas de católicos romanos que nos torturarían, o acerca de cámaras de tortura en sótanos de iglesias católicas.
- Interminables advertencias sobre manifestaciones espiritistas, incluido Satanás mostrándose personalmente a los infieles.
- El rechazo de la denominación, en contra del testimonio del Nuevo Testamento, de que pueda haber seguridad en la salvación, enseñando en su lugar que los individuos pueden ir por la vida haciendo lo mejor por Jesús y confiando en él y en su palabra, y al final perderse por un error.
- Enseñar que la gracia puede cerrarse en cualquier momento, dejándonos sin salvación y sin siquiera saberlo.
Muchos jóvenes que crecieron en hogares adventistas recibieron estos mensajes de miedo a una edad precoz y, como cristianos, no nos sentimos mejor por estos prejuicios discursivos. El miedo se apoderaba de las emociones sanas, dejándonos paralizados y encogidos ante un universo afectivo amenazante. En ese contexto, el bautismo no era tanto una limpieza sincera de conciencia sino más bien un intento de que los adolescentes nos encogiéramos de miedo y nos sometiéramos a la voluntad del predicador para salvarnos.
Howard Thurman, el teólogo que fue mentor de Martin Luther King Jr., dice que “este miedo, que sirvió originalmente como dispositivo de seguridad, una especie de mecanismo protector para los débiles, se convierte finalmente en muerte para el yo. El poder que salva se convierte en verdugo “5. Cuando está enferma, la religión cristiana convierte el poder salvador de la fe en Cristo resucitado en el poder asesino de una parálisis que produce la muerte. Pero la fe cristiana sana devuelve al verdugo llamado “miedo” al lugar que le corresponde entre las emociones humanas motivadoras.
En otras palabras, una religión sana sabe que “la fe no se sustenta en la esperanza de recompensa, ni en el temor al castigo.”
El perdón deja espacio para la reconciliación
A veces el perdón llega sin el ritual de una disculpa. Mi padre y yo ya nos hemos reconciliado. Yo había perdonado a mi padre, como él me había perdonado a mí muchas veces, antes de que se pronunciara una palabra de disculpa. También he llegado a comprender mejor su amor a través de mis propios errores paternos. De hecho, nunca le culpé; él no escribió esas palabras, sólo confiaba en quienes las escribían.
Las disculpas, sin embargo, pueden ser un paso hacia la reconciliación, y planteo aquí la posibilidad de que la Iglesia haría bien en ofrecer una disculpa por utilizar el miedo para atemorizar a la gente y conseguir su lealtad.
Algunos de nuestros miembros adultos han superado, al menos intelectualmente, sus miedos y ahora pueden reírse de lo que antes les asustaba. Al fin y al cabo, “la risa empequeñece el objeto del propio miedo”. Pero otros de nosotros, una vez heridos, seguimos llevando cicatrices. Los miedos de mi infancia ya no me controlan, pero tampoco han desaparecido sus efectos, como demuestra lo bien que puedo recordarlos y describirlos. Aunque haya perdonado a mi iglesia por manipularme con el miedo, algo se alteró dentro de mi mente juvenil.
Agradecería una disculpa de la iglesia por utilizar el miedo para manipularnos a los jóvenes, porque algunos de aquellos pastores, evangelistas y escritores sabían perfectamente lo que hacían y empleaban el miedo porque funcionaba muy bien para imponernos su voluntad.
Tales tácticas dejaron a muchos jóvenes adventistas con tantas heridas y cicatrices que se vieron obligados a abandonar nuestra comunidad, y es poco probable que una disculpa los reconcilie de nuevo con nosotros. Aun así, si una disculpa no reconcilia más que a la iglesia con su verdadero porvenir, ha comenzado una gran obra. En el mejor de los casos, reconoce y confiesa una visión de Dios en Cristo digna de invitar a los discípulos, no apoyada en la esperanza de recompensa o el miedo al castigo.
Sanación y cambio
Reconciliar al cristianismo adventista con su mejor versión significa también recurrir a nuestros recursos para sanar el daño causado a los sensibles. La Biblia, como el venerado Bhagavad Gita hindú, “explora la psicología del ser humano sensible y bondadoso que no sabe qué hacer en un mundo cuyo origen y significado últimos siguen siendo el misterio de los misterios”. En la realidad de este misterio, el único mandamiento bíblico que se da más que ningún otro es el de “no temer”.
Lamentablemente, la Iglesia parece incapaz de desprenderse del miedo manipulador. Historias gráficas de persecución e inseguridad todavía se cuentan en los colegios y en las Escuelas Sabáticas. Los folletos evangelísticos todavía muestran imágenes del reino del horror. La era de la temerosa ganancia de almas no ha terminado.
Por eso, para ser eficaz, la disculpa debe ir acompañada de un cambio. ¿Acaso el amor de Dios no es suficiente motivación para nuestra devoción religiosa? El amor perfecto echa fuera el temor, dice Juan (1 Juan 4:18). La bondad de Dios nos lleva al arrepentimiento, dice Pablo (Rom. 2: 4).
Sí, es cierto que el Evangelio siempre da las malas noticias antes que las buenas. Una exposición clara del problema siempre debe preceder a una solución, por lo que temer al pecado puede ser un primer paso para recibir un Evangelio saludable. Pero aunque las malas noticias nos dejen en un estado melancólico (el cristianismo lo llama “culpa”), un creyente de mente sana no tiene por qué quedarse ahí.
La buena noticia para los que sufren el trauma del miedo se encuentra en la doctrina de la encarnación, con lo que no me refiero a discutir sobre la naturaleza metafísica de un Dios-hombre, sino a aprender de la historia del Evangelio cómo Dios en Cristo modela la relación del poderoso con el indefenso, del fuerte con el débil, de los que dominan con los dominados. Dios en Cristo modela y desalienta las relaciones de poder distorsionadas que están en la base del miedo.
Los cristianos adventistas tienen recursos para sanar los resultados de los evangelistas denominacionales que inducen al miedo. Con el mensaje de Dios en Cristo, la niebla del miedo se despejará, porque “el que teme espera el castigo, así que no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros amamos porque él nos amó primero ” (1 Juan 4: 18b-19).
Maury D. Jackson dirige el Departamento de Estudios Pastorales de la Escuela de Religión H.M.S. Richards de la Universidad La Sierra.
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