¡Esa música de la iglesia es diabólica!
Las iglesias se han dividido por muchas razones. Pero los instrumentos musicales que se han considerado apropiados para el culto colectivo es una de las más fascinantes y perdurables.
Durante siglos, la música cristiana siguió estilos populares de música. Pero después del movimiento conservador de templanza de la época victoriana, los cristianos comenzaron a favorecer los himnos anticuados o clásicos.
Después, comenzando en la década de 1950 y progresando a través del Jesus Movement en la década de 1960, los músicos comenzaron a experimentar con estilos contemporáneos para llegar a la audiencia que no asistía a la iglesia. La música cristiana contemporánea llegó a la escena formalmente a fines de la década de 1970 y 1980, y la controversia musical nunca ha cesado.
Pronto, esa música contemporánea encontró su lugar en los servicios de la iglesia. Si bien las letras de la música de las alabanzas contemporánea no eran ofensivas (muchas eran, de hecho, pasajes de las Escrituras), algunos pensaban que las tradiciones sagradas estaban siendo profanadas por los instrumentos y ritmos musicales modernos.
A algunos les gustó, porque creyeron que era una forma de relacionarse con una generación más nueva y que le brindaba a las personas menos tradicionales una mejor conexión con el servicio de adoración. Otros se opusieron a esta nueva intrusión. Los atributos vitales de la adoración, como la santidad y la reverencia, parecían estar en juego, y estos nuevos tipos de música se consideraban inapropiados debido a que aportaban más energía e incluso emociones al servicio.
¿Existe algo sagrado o profano en un instrumento musical? ¿Qué lo hace inapropiado o ideal para su uso en un servicio sagrado?
El órgano tubular
Comencemos con la historia de lo que mucha gente no consideraría el instrumento más conservador y “piadoso”: el órgano tubular.
El órgano (ὄργανον pronunciado órganon) fue creado por el antiguo matemático griego Ctesibio de Alejandría en el siglo III a.C. Parece haber sido creado con el propósito de acompañar los rituales paganos, los juegos sangrientos y violentos y el teatro secular. En consecuencia, los primeros escritores de la iglesia clasificaron al órgano como un instrumento pagano, advirtiendo severamente que “las vírgenes cristianas deberían ser sordas a su música” (Faulkner, 1990; pág. 93).
El órgano tubular no se usó en el culto cristiano hasta alrededor del año 900 d.C., e incluso entonces su uso fue controvertido. Había conservado su reputación obscena debido a su uso durante los festivales idólatras y las ferias de placer. Después de la Reforma, el órgano volvió a ser objeto de escrutinio, se lo describió como la “gaita del diablo”, la “trompeta del diablo” e incluso el “seductor de la adoración del Anticristo romano” (Engle & Burnett, 2011, pág. 113; Harper, 1991, pág. 133).
El mismo Martín Lutero llamó al órgano el “estandarte de Baal” (McClintock & Strong, 1894, pág. 762). Más tarde, los puritanos hicieron todo lo posible para destruirlos, eran los “instrumentos de maldad” y que los órganos hubieran encontrado su lugar en la adoración era abominable.
Las cosas no se veían bien para el órgano. En el mejor de los casos, se la había clasificado secular y, en el peor, francamente pagano. Pero hoy, muchos piensan en él como el más sagrado de todos los instrumentos musicales, y para algunos, el único instrumento aceptable para la iglesia.
El arpa, el violín, el piano y la guitarra
¿Seguramente a algo tan angelical y bíblicamente aprobado como el arpa le hubiera ido mejor con los líderes de la iglesia? Pues, no.
Tomás de Aquino escribió: “Nuestra iglesia no usa instrumentos musicales, como arpas y salterios, para alabar a Dios, para que no parezca que judaiza” (Plumer, 1866, p. 412). Tomás de Aquino dijo que tales instrumentos se usaban en los tiempos del Antiguo Testamento porque la gente de esa época era más “vulgar y carnal” (Tomás de Aquino, c.1224–74; 2a.2ae.91).
Con toda esa charla “vulgar y carnal”, así como la influencia de la judeofobia y el antisemitismo, la iglesia se volvió reacia a usar arpas y salterios por completo.
Después de que la gente finalmente se acostumbró al órgano y al arpa, apareció en la iglesia un nuevo instrumento vil: el violín. Los líderes de la iglesia también pensaban que este instrumento, apodado el “fiddle”(que también significa estafa o toqueteo), era el “instrumento del diablo”, y se ganó ese apodo maldito porque se tocaba en celebraciones públicas, bailes y lugares de fiestas borrachas. Artistas clásicos como Hendrick Goltzius, Arnold Böcklin, Frans Franckin, Hans Holbein y otros, representaron al diablo y/o a la “muerte” como una figura esquelética tocando un violín.
Pero, ¿estaría el violín, en su contexto clásico, libre de connotaciones empañadas? Ese podría haber sido el caso si no hubiera sido por el compositor y violinista del siglo XVIII: Guiseppe Tartini. Después de escuchar por primera vez su Sonata para violín en sol menor en un sueño donde el diablo la interpretaba, Tartini rápidamente escribió la música al despertar, y se convirtió en su famoso El trino del diablo. Se corría el rumor de que Tartini le había vendido su alma a ese diablo que tocaba el violín a cambio de la música, y eso posiblemente inspiró las leyendas y canciones como “The Devil Went Down to Georgia” (El diablo bajó a Georgia) de Charlie Daniels, en la que el diablo busca ganarse el alma de un joven a través de una competencia con el violín.
Después de un tiempo, incluso el infame violín se ganó a los líderes de la iglesia y encontró su camino en el servicio divino, siempre que no se tocaran ciertos tonos. El más importante a evitar fue el llamado “el diablo en la música”, el Mi Contra Fa, (“mi’ tocado junto con ‘fa'”), así como los choques de “tonos relacionados cromáticamente como Fa♮ y Fa♯”. (Werckmeister, 1702; pág. 6).
Aquí hubo una nueva idea: el diablo podía residir no sólo en los instrumentos, sino también en las mismas transiciones de las notas musicales.
Con el tiempo, incluso el tritono satánico se volvió benigno. Algo peor impregnaba la sociedad educada: el piano vertical. En el centro de las tabernas, cantinas y salas de juego, el piano era conocido por tocar los favoritos del ragtime en lugares de mala reputación. Los líderes de la iglesia condenaron a las tabernas y al piano con ellas, ya que ninguna congregación que se respetara a sí misma usaría una herramienta musical tan depravada durante un servicio de adoración reverente.
El tiempo pasó y finalmente el piano vertical fue bienvenido en la iglesia.
El movimiento hippie de la década de 1960 llevó la guitarra al culto. Por supuesto, esto fue desaprobado porque era, después de todo, un símbolo de una contra-cultura que adoptaba la vulgaridad del amor libre y de las drogas. Sin embargo, la guitarra comenzó a encontrar su lugar en más y más canciones, primero seculares, luego sagradas. Aunque estaba mal visto usarla para la adoración, entró a hurtadillas, lento pero segura. Pronto, si no alabada, al menos fue aceptada en la iglesia.
¿Al fin un instrumento bíblico?
Por fin, después de todos estos órganos paganos, violines diabólicos, pianos de cantina lascivos e instrumentos hippies, un instrumento bíblico comenzó a encontrar su camino en la adoración de la iglesia: el tambor. El Salmo 150:4 le dice al adorador que alabe al Señor con tambores.
Independientemente de su origen bíblico, el tambor fue recibido con más furia que los instrumentos eclesiásticos anteriores. El cristianismo conservador se opuso a este instrumento, citando razones con las que el movimiento de templanza de la era victoriana habría estado de acuerdo: que incitaría pasiones y sensaciones que no serían del todo apropiadas para el adorador reverente.
Si el diablo alguna vez tocó el violín, fue un experto con la batería. “Ciertos instrumentos no eran bienvenidos en la iglesia… y los tambores definitivamente eran del diablo” (Baloche, 2010).
Una teoría era que el tambor bíblico era muy diferente a la batería moderna y “ruidosa”. Tenían un punto: el tambor bíblico, (תוף pronunciado tof) era un tambor de marco como un pandero o pandereta (sin los címbalos pequeños en el borde), destinado a ser sostenido en la mano. Era de mano por una razón muy importante: liberaba el resto del cuerpo para bailar. De hecho, esa era la otra parte del Salmo 150:4: que los adoradores deben alabar al Señor con tambor y danza.
Entonces, una vez que los tambores sean rutinarios, tal vez el baile bíblico sea el próximo horror en la lista. ¿Estás listo para eso?
Distinciones absurdas
En el panorama histórico general, el fanatismo por los instrumentos y el estilo musical a veces parece bastante ingenuo y absurdo. Se dice que el diablo fue una vez un líder musical celestial, por lo que tendría sentido que usara la música para herir y dividir al pueblo de Dios. Los seres humanos son criaturas de tradición, pero cuando nuestras ideas humanas se mezclan con las palabras reales de Dios, y así dividen y lastiman a otros hijos de Dios en el proceso, nuestra alabanza y justicia no son más que címbalos que retiñen (1 Corintios 13:1).
Independientemente de la música que rechazamos o elegimos, Amós 5:21-23 nos recuerda que cualquier sacrificio de alabanza ofrecido con una religiosidad fría y sin amor corre el riesgo de convertirse en la verdadera adoración diabólica y es poco probable que eso pase la prueba con un Padre de amor celestial.
BIBLIOGRAFÍA
*Aquinas, Thomas. “Summa Theologica, trans. Fathers of the English Dominican Province”. 1224-1274. Logos Bible Software 2009.
*Baloche, Paul. “The Origins of Contemporary Christian Music”. PraiseCharts, 1 de febrero de 2010, www.praisecharts.com/blog/the-origins-of-contemporary-christian-music. Accedido el 19 de abril de 2023.
*”The Devil’s Instrument”. Twin Cities PBS, 2023, www.tpt.org/the-devils-instrument. Accedido el 19 de abril de 2023.
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*Faulkner, Quentin. “The Organ in the Christian Church”. Taylor & Francis, 12 de mayo de 2009, www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/04580639009409174?journalCode=ultg20. Accedido el 19 de abril de 2023.
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H. Jen Cohen fue capellán militar, profesora asociada de la Universidad de Avondale e investigadora honoraria de la Universidad de St. Andrews (Reino Unido).