Una lectura de Acción de Gracias para la mesa navideña
No existe un estado mental tan santo, tan excelente y tan verdaderamente perfecto como el de agradecimiento a Dios, y, por consiguiente, nada es de mayor importancia en la religión que aquello que ejercita y mejora este hábito mental. Un espíritu aburrido, intranquilo, quejumbroso, que es el espíritu de los que aparentan esmerarse en la religión, es sin embargo, de todos los temperamentos, el más contrario a la religión, porque repudia a ese Dios que pretende adorar.
En efecto, repudia suficientemente a Dios quien no lo adora como Ser de bondad infinita. Si un hombre no cree que todo el mundo es como la familia de Dios, donde nada sucede por casualidad, sino que todo es guiado y dirigido por el cuidado y la providencia de un Ser que es todo amor y bondad para todas sus criaturas, si un hombre no cree esto de corazón, no puede decirse que crea verdaderamente en Dios.
Y, sin embargo, el que tiene esta fe, tiene suficiente fe para vencer al mundo y estar siempre agradecido a Dios. Porque el que cree que todo le sucede para bien, no puede quejarse por falta de algo mejor. Por tanto, si vives entre murmuraciones y quejas, achacándole a todos los accidentes de la vida, no es porque seas una criatura débil y enfermiza, sino porque te falta el primer principio de la religión: creer justamente en Dios. Porque así como el agradecimiento es un reconocimiento expreso de la bondad de Dios para contigo, así también las quejas son acusaciones claras de la falta de bondad de Dios para contigo.
Por otra parte, ¿sabrías decir quién es el santo más grande del mundo? No es el que más ora ni el que más ayuna; no es el que más limosna da ni el más destacado en temperancia, castidad o justicia; sino el que siempre está agradecido a Dios, el que quiere todo lo que Dios quiere, el que todo lo recibe como un ejemplo de la bondad de Dios y tiene el corazón siempre dispuesto a alabarlo por ello.
Toda oración y devoción, ayuno y arrepentimiento, meditación y descanso, todos los sacramentos y ordenanzas, no son sino otros tantos medios para divinizar el alma y hacerla conforme a la voluntad de Dios, y para llenarla de agradecimiento y alabanza por todo lo que viene de Dios. Esta es la perfección de todas las virtudes, y todas las virtudes que no tienden a ella o proceden de ella no son más que falsos ornamentos de un alma no convertida a Dios.
Por lo tanto, no debes extrañarte ahora de que ponga tanto énfasis en cantar un salmo en todas tus devociones, ya que ves que es para formar tu espíritu a tal gozo y agradecimiento a Dios como es la más alta perfección de una vida divina y santa.
Si alguien quisiera decirte el camino más corto y seguro hacia toda felicidad y toda perfección, debería decirte que te impongas la regla de dar gracias y alabar a Dios por todo lo que te sucede. Porque es cierto que cualquier calamidad aparente que te suceda, si das gracias y alabas a Dios por ella, la conviertes en una bendición.
Por lo tanto, si pudieras hacer milagros, no podrías hacer más por ti mismo que con este espíritu agradecido, porque sana con una palabra y convierte en felicidad todo lo que toca. Por tanto, si fueras tan fiel a tus intereses eternos como para proponerte este agradecimiento como el fin de toda tu religión, si tan sólo establecieras en tu mente que éste es el estado al que debes aspirar con todas tus devociones, entonces tendrías algo claro y visible por lo que guiarte en todas tus acciones. Entonces verías fácilmente el efecto de tus virtudes y podrías juzgar con seguridad tu mejora en la piedad. Porque en la medida en que renuncies a todos los temperamentos egoístas y a los movimientos de tu propia voluntad, y no busques otra felicidad que la recepción agradecida de todo lo que te sucede, en esa medida se puede considerar con seguridad que has avanzado en la piedad.
Y aunque éste sea el temperamento más elevado al que puedas aspirar, aunque sea el sacrificio más noble que el santo más grande pueda ofrecer a Dios, no está atado a ningún momento, lugar u ocasión importante, sino que siempre está en tu poder y puede ser el ejercicio de todos los días. Porque los acontecimientos comunes de cada día son suficientes para descubrir y ejercitar este temperamento, y pueden mostrarte claramente hasta qué punto estás gobernado en todas tus acciones por este espíritu agradecido.
A Serious Call to a Devout and Holy Life, p.277.
William Law (1686-1761) fue clérigo de la Iglesia de Inglaterra. Su integridad personal, así como sus escritos, influyeron enormemente en el movimiento evangélico de su época, especialmente en John y Charles Wesley, así como en pensadores de la Ilustración como el Dr. Samuel Johnson y el historiador Edward Gibbon. Los escritos espirituales de Law se siguen imprimiendo hoy en día, siendo su obra más conocida A Serious Call to a Devout and Holy Life (Llamada a una vida devota y santa).