¿Robará la iglesia al hombre?
En vista de las reacciones en las redes sociales y los comentarios de varias iglesias, la lección 3 de la Escuela Sabática para Adultos generó más controversia que convicción. Titulada “El contrato del diezmo”, la lección intentaba afirmar la importancia y la validez del diezmo en la vida del cristiano.
Con las sospechas de una posible controversia, Hope Channel Zambia, trasmitió un programa el 14 de enero, en el que algunos miembros de la División
el 14 de enero se emitió un programa especial en Hope Channel Zambia en el que algunos miembros de la División África del Sur-Océano Índico (por sus siglas en ingles SID) comentaban la lección. A continuación, el 19 de enero, el Director de Mayordomía de la SID envió una carta dirigida ambiguamente a los “líderes”, pero en la que cuestionaba algunos de los puntos de la lección. Además, durante su reciente visita a Zambia, el presidente de la Asociación General, Ted Wilson, saco un tiempo para responder a las preguntas de los miembros sobre el diezmo, una medida que en sí misma plantea interrogantes.
Sin entrar en el debate teológico sobre el diezmo ni evaluar la lección en sí, sería importante que los líderes de la iglesia analizaran las verdaderas preguntas y las razones del rechazo de los miembros. Como bien dice un proverbio africano,
“Cuando la rana salta a plena luz del día, es porque vio algo”.
No se puede ocultar el descontento en torno al diezmo en esta parte del mundo, donde el adventismo ha gozado de un gran número de seguidores. Pone sobre el tapete una serie de problemas y preguntas que los miembros se plantean pero que la iglesia no responde. En un momento en que invertimos recursos en más seminarios y materiales sobre mayordomía, la reacción negativa a la lección es sorprendente.
Como iglesia que se define a sí misma como fruto de la Biblia -cuya existencia misma es bíblica-, solemos considerar bíblicos nuestros sistemas, actividades, procesos e incluso nuestras políticas. En consecuencia, somos sensibles a cuestionar cualquier parte de nuestra iglesia sin interpretarlo como un ataque a Dios, lo cual es idolatría.
Sobre el debate del diezmo surgen cuestiones que este artículo pretende poner de relieve. Dejo a los teólogos el debate teológico sobre la validez bíblica del diezmo. Lo que se provoca son más preguntas que, si bien contienen cuestiones teológicas, deberían informar el enfoque de la iglesia sobre la administración en un mundo que está cansado de dejarse llevar por la culpa.
Dialogando con el profeta
Siempre que surgen preguntas sobre la política relacionada con el uso del diezmo, algunos se apresuran a utilizar citas de Ellen White, que también se repiten en el Manual de la Iglesia como requisitos no negociables. Se utilizan para ” proteger” el diezmo de cualquier otro uso, así como para acallar el descontento por el mal uso o la mala gestión. Parece que para algunos nuestra política sobre el uso del diezmo es tan inmutable como el Decálogo.
Pero la cuestión que a menudo se ignora es el contexto en el que Elena de White dio instrucciones sobre cómo debía usarse el diezmo. ¿Cuál era el estado de las finanzas, la misión y las necesidades de la iglesia que la impulsaron a apartar el diezmo? ¿En qué medida influyó su contexto en esta postura?
No se trata de lo que Ellen White quiso o no decir, sino de cómo dialogamos con ella del mismo modo que lo hacemos con otros profetas de la Biblia. Tratar sus consejos como si fuesen más eternos que la Biblia a la hora de aplicarlos, resulta irresponsable, especialmente cuando en una época ella se mostró indignada con los lectores tomaban una actitud rígida hacia sus escritos y trataban de seguir la letra de su mensaje mientras pasaban por alto los principios fundamentales. En Mensajes selectos, tomo 3, ella escribió a estos interpretes literalistas:
“…he estado bien preocupada con respecto a la idea: “La Hna. White ha dicho tal y tal cosa, y la Hna. White ha dicho esto y aquello, y por lo tanto vamos a proceder como ella dice” (Ellen White, Mensajes selectos, 3:247).
Luego, ella continúo diciendo:
“Dios quiere que tengamos sentido común, y que razonemos con sentido común. Las circunstancias alteran las condiciones. Las circunstancias cambian la relación de las cosas”. (Ellen White, Mensajes selectos, 3:247).
La situación empeora cuando se lanza la “granada de Ellen White” durante una discusión bíblica para cerrar el debate. Sus escritos se utilizan para reprimir de manera terminante todas las preguntas que puedan surgir.
Para una generación cuya relación con la religión es diferente a la de muchos de nosotros que somos mayores, nada podría ser más falso. ¿Será ésta la razón por la cual, a pesar de las citas arrojadas a la cara de la gente sin diálogo, la gente comienza alejarse en silencio?
¿Dónde está el alfolí?
Los informes presentados en anteriores sesiones de la Asociación General revelan que la iglesia utiliza entre el 30 y el 36% de los fondos del diezmo para gastos operativos, además de proyectos de evangelización y gastos administrativos de personal.
Uno se pregunta: ¿por qué no se puede utilizar este mismo porcentaje de los diezmos para gastos operativos similares en una iglesia local? Son los mismos edificios y propiedad legal de las asociaciones, que los miembros contribuyeron a construir. En el centro de este debate está el ¿por qué no puede ser la iglesia local el almacén? Si se trata simplemente de una cuestión de política, que se admita claramente en lugar de argumentar desde un marco teológico defectuoso.
Hay informes de iglesias endeudadas, que luchan por mantenerse a flote mientras envían todos los diezmos y el 50% de las ofrendas recaudadas a la Asociación. Esto suena a canibalismo institucional, especialmente en un momento en el que muchos todavía están intentando recuperarse de los devastadores efectos de la pandemia. Como resultado, hay miembros que se sienten pisoteados por el propio sistema que están apoyando.
¿Por qué la organización de la iglesia no invierte en los mismos grupos que la están financiando? La situación empeora por la falta de transparencia sobre el estado de los almacenes, transparencia sobre el uso de estas recaudaciones.
¿Cómo podemos hacer de la mayordomía una calle con un carril de ida y otro de vuelta? No podemos engañar al donante del siglo XXI para que no se preocupe por el mal uso o el abuso de sus ofrendas.
Dar hasta que duela
En mi parte del mundo, los bajos ingresos, la pobreza generacional y el desempleo siguen causando estragos. Muchos se enfrentan a múltiples exigencias sobre lo poco que tienen. El diezmo se convierte a menudo en un acto de imposición, una condición para ser elegido en cargos de la Iglesia.
Pero los mensajes sobre la mayordomía siguen siendo instrumentos para crear sentimientos de culpabilidad en vez de ser amorosos. Se llama a la gente ladrones, con la esperanza de que entonces se conviertan en dadores generosos y alegres. El mensaje parece sugerir que los pobres, los niños hambrientos, preferirían morir antes que “alimentarse del dinero del Señor”, cuando en realidad el mismo Señor se identifica con ellos (Mateo 25). A los miembros se les dice que diezmar les traerá bendiciones materiales, por lo que deben dar, aunque les duela.
Recuerdo que hace algunos años, un sábado conocí en la iglesia a un hombre que tenía hambre. Mientras me contaba su historia me sentí obligado a darle lo que había apartado como diezmo para que comprara comida. Años más tarde me enseñaron que me había equivocado: el diezmo no puede utilizarse para ayudar a los pobres. Cada vez que me encontraba con este hombre me sentía mal, y se convirtió en un recordatorio constante de cómo le había robado a Dios.
Para muchos que luchan por llegar a fin de mes, resulta un reto ver a sus seres queridos pasar necesidad mientras devuelven el diezmo fiel a la Iglesia. Se preguntan si Dios se alegra de ver sufrir a la gente mientras Él recibe su 10%. ¿Dar o compartir el diezmo con los pobres equivale a robar a Dios?
¿Cómo debe leerse Malaquías 3 en nuestros días? El mensaje actual suena insensible; dice mucho sobre la imagen de Dios que hemos creado. La situación se vuelve escandalosa para aquellos que han diezmado durante décadas, pero para quienes las ventanas del cielo permanecen cerradas. En este caso, ¿cómo aporta esperanza el diezmo? ¿Debe utilizarse de este modo?
Progreso, no perfección
Tras el COVID-19, muchos no se han recuperado económicamente. El coste de la vida ha subido, como demuestran las protestas en distintas partes del mundo. Incluso si asumimos que el diezmo es válido, la iglesia necesita ser más comprensiva con los miembros que intentan equilibrar múltiples necesidades.
Puede que tengamos que hacer que el 10% sea una aspiración y ayudar a la gente a crecer gradualmente hacia él, para fomentar el progreso gradual en lugar de una forma de trabajar de todo o nada. En lugar de hacer que parezca que el adventista está siendo multado por Dios o que está pagando una cuota, deberíamos buscar una donación alegre.
Tampoco hay que ver la dadivosidad como una forma de manipular a Dios para que nos bendiga. Hay momentos en los que he dado y Dios me ha bendecido, y otros en los que no di nada, pero aun así Dios me bendijo. Dar debería ser un intento de Dios de ayudarnos a desarrollar un carácter como el suyo, en lugar de que nosotros lo rescatemos financieramente.
Los desacuerdos en torno a la validez del diezmo continuarán, pero el peligro está en llevarnos a los extremos. Por ejemplo, en muchos lugares las ofrendas constituyen un porcentaje muy pequeño de lo recaudado en comparación con el diezmo. Parece que somos cumplidores, pero no generosos. Los adventistas necesitan que se les enseñe a enamorarse de Dios, a sentirse atraídos por su belleza moral y afectiva de tal manera que el dar se convierta en un impulso natural.
Cuando ponemos énfasis en porcentajes que le corresponden a Dios, creamos un Dios de porcentajes. Nuestra postura hacia Él será en porcentajes: pensando que el cumplimiento de los porcentajes es conversión.
¿Qué está en juego?
Por supuesto, la Iglesia y la misión necesitan financiación. Tampoco se trata de si Dios es o no el que nos provee todo. Ni siquiera tiene por qué surgir ese debate.
Por el contrario, hay que dejar que Dios hable a sus hijos. Cualquier persona o institución que pretenda controlarnos jugando con nuestros miedos o nuestros deseos es diabólico. Al igual que la reforma de la Edad Media, es importante que no utilicemos la culpa para imponer obligaciones a la gente. Le da al legalismo poder sobre la gente, creando una versión narcisista, basada en el miedo, impulsada por la vergüenza, con fobia a la gracia, pro-control del cristianismo, que se hace pasar por bíblica.
El peligro es crear legalistas cuyas conciencias controlamos. Pero el legalismo no es sostenible, así que, si la gente no es liberada, con el tiempo inevitablemente protestarán o se desvincularán de cualquier entorno que juegue con su culpa para retenerlos.
Lo mejor del Evangelio es la libertad, la creatividad y la afirmación de la individualidad en Cristo, mientras que el legalismo tiende al control, la uniformidad y la negación de la individualidad. Cualquier cosa que limite con el control de la conciencia en cualquier relación, especialmente en cuestiones de fe, es Babilonia.
Así que, después de hacer toda la gimnasia teológica con las Escrituras para crear obligación en temas como el diezmo, hay que dejarse llevar, especialmente cuando Dios impresiona a su pueblo.
Admiral Ncube (PhD) es de Zimbabue. Es Analista de Desarrollo en Botsuana, padre de tres hijos y esta casado con Margret.