Mujer, iglesia y poder: Una cuestión ética
Hay dos formas de enfocar el tema de los valores, como algo relativo a un grupo o circunstancia, o como una realidad basada en principios universales. Lo primero es tradicional y motivo de relativismo, propio de las culturas, y los tiempos. Lo segundo es válido en todo tiempo y lugar, porque está sujeto a valores que no se discuten, no con carácter axiomático, sino de sentido común, por ejemplo, la vida es un valor indiscutible, porque si carecemos de vida no tenemos nada, por lo tanto, cuidarla para sí mismo y para otros es un deber, hablando en términos de Emmanuel Kant.
En la historia de la humanidad no han prevalecido valores universales, sino más bien consideraciones políticas y sociales cambiantes, que han estado sujetas al capricho de poderes, circunstancias o variables tan relativas, que solo entenderlas llevaría la vida. En dicho contexto, las mujeres en general y en particular, han tenido que luchar denodadamente para que se les reconozca sujetos de valor y, además, de derecho, concepto que va aunado. En la ética de las relaciones, las mujeres han sido tratadas como sujetos secundarios y no como lo que son, seres creados a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:27).
Siempre me ha llamado la atención la pertinencia del versículo 27 del primer capítulo de Génesis, donde Moisés, inspirado por Dios (no por su cultura, de otro modo no habría escrito eso), donde señala, expresamente que la mujer es imagen de Dios de manera idéntica que el varón, sin restricciones, ni nada que pueda hacer pensar en algo distinto.
Pero, muchos varones se las han ingeniado con una gran cuota de imaginación y arbitrariedad, en negar dicho concepto, concediéndole a la mujer un valor relativo asociado a la maternidad y el ser capaz de dar goce sexual, atender familias u ocuparse de cuestiones domésticas, negando su valor intrínseco.
Nadie, ni varones ni mujeres, deberían ser apreciados por su género, sino por su calidad como personas, nada más. Cualquier otra consideración supone hacer discriminación o caer en sucios manejos de ninguneo, que en nada contribuyen al desarrollo humano.
En el año 1986 la escritora Elizabeth Cady Stanton hizo una declaración que para muchos religiosos cristianos debe haber sonado muy duro, ella escribió: “La Biblia y la Iglesia han sido los mayores obstáculos en el camino de la emancipación de la mujer”.
Puede ser que para alguna persona de esas que defiende lo indefendible dicha aseveración parezca extemporánea o fuera de lugar, pero permítame recordarle algunos ejemplos:
En algunas iglesias cristianas (me consta de algunos países latinoamericanos y del antiguo bloque soviético), a las mujeres no les está permitido hablar en público.
Muchas congregaciones cristianas suponen que las mujeres no tienen ni la capacidad ni las posibilidades de ser líderes en sus respectivas comunidades, se supone que esa es tarea reservada exclusivamente a varones.
En muchas congregaciones aún se supone que la mujer debe quedarse al lado de su marido, incluso aun cuando exista adulterio, violencia o incluso, abandono económico y afectivo.
Una entrañable amiga, abogada de profesión, me decía hace un tiempo:
—Cada vez que voy a la iglesia tengo que tragar saliva y hacerme la idea de que durante algunas horas seré ninguneada. En mi trabajo soy líder de opinión y tomo parte en procesos legales difíciles y complejos. En la iglesia soy simplemente un adorno, lo más que podrían permitirme hacer es realizar alguna oración y siempre y cuando no opaque a algún “santo” de la iglesia.
No es un caso ajeno a la realidad. Es, lamentablemente, el pan cotidiano en la mayoría de las congregaciones cristianas que sostienen que la mujer está para ser subordinada, así que Elizabeth Cady Stanton, muchas interpretaciones de las Escrituras, simplemente, han sido un obstáculo para que se entienda la equidad, los derechos, y la paridad de la mujer y el varón. En pleno siglo XXI algunos “santos varones” siguen actuando como si la iglesia fuera un reducto patriarcal machista. Tienen razón quienes creen que la Biblia no ha servido para que las mujeres puedan ser respetadas, y si ninguneadas. Hay mucho que hacer aún.
Las mujeres han logrado avances importantes en los campos de la educación, la vida laboral y la salud, pero aún falta mucho por hacerse, especialmente en contextos donde las ideas religiosas imperantes, hacen difícil la liberación de las relaciones, y la equidad en el trato.
No se trata, como alguien me dijo, “de política”, sino de justicia, de sentido común, de lógica, de entender que no pueden existir seres humanos de primera y segunda categoría, como muchas religiones nos han hecho creer durante siglos, de manera equivocada y con un sesgo, a todas luces, erróneo.
En la actualidad se está hablando de “democracia de género”, que es la búsqueda de espacios sociales donde las relaciones entre varones y mujeres, no esté sesgada por conceptos desequilibrados, como, por ejemplo, que el varón tiene la preeminencia, todo lo cual produce una distorsión en los vínculos.
Como dice María Jesús Alonso (2019), es necesario “de-construir” los roles de género transmitidos sobre elementos religiosos. Lo que incluye, entre otras cosas dejar de percibir a la divinidad siempre en términos masculinos, y, por ende, ligado a la virtud y lo absoluto, y en por contraste, vincular lo femenino, con el pecado y el mal, como ha sido la tónica en casi todas las religiones, donde el cristianismo no es la excepción.
La tendencia de las religiones ha sido la marginalización de la mujer, y no su empoderamiento. Esto tiene que cambiar es necesario trabajar por la paridad de género donde lo que prime sea la equidad y la igualdad ante la ley y las oportunidades, en otras palabras, hacia una sociedad más justa donde lo que prime sea el deber de actuar bien, por sobre premisas religiosas construidas sobre mitos y tradiciones que no contribuyen al bienestar de la humanidad, comenzando, por las mujeres.
El artículo 1, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, publicada el 10 de diciembre de 1948 señala que: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Eso incluye, de manera obvia, a las mujeres. Sin embargo, la realidad dista mucho de esta declaración, que supuestamente, es aceptada por la mayoría de los países del mundo.
Un artículo de Amnisty International analizando dicha declaración y por extensión a las mujeres sostiene que: “Tienen derecho a no sufrir discriminación ni violencia por el hecho de haber nacido mujeres. Tienen derecho a no ser maltratadas ni asesinadas por sus parejas o ex parejas, a no vivir con el miedo constante a ser agredidas sexualmente con impunidad, a no ser discriminadas en el trabajo ni en el acceso a los recursos económicos y de producción, a vestirse como quieran, a estudiar lo que quieran, a decidir sobre su cuerpo, su sexualidad y su reproducción sin coacción ni presiones. Tienen derecho a expresarse libremente, a hablar alto y reclamar sus derechos sin miedo a ser encarceladas, perseguidas o asesinadas por ello”.
Pocos son los que entienden que ser libre, y expresarse y vivir como les dé la gana, es un derecho inalienable a la condición humana, y nadie, por ningún motivo, debería ser discriminado, menos por ser mujer. Aún se viven en diferentes lugares, en distintos rincones del mundo, donde las mujeres son tratadas como seres de segunda categoría al servicio de los varones.
La contradicción es que muchos de los que abusan de las mujeres, y las tratan de una manera inadecuada son profesos cristianos, y que ignoran, o no toman en cuenta que Dios “ama la justicia y el derecho” (Salmo 33:5). Un Dios que actúa de manera justa y en el contexto del derecho, no podría aprobar la conducta de profesos cristianos que diciendo ser una cosa, actúan de manera distinta a lo que profesan. Ser cristiano es vivir de manera coherente, empezando por las relaciones vinculantes, especialmente, en la manera cómo interactúan con esposas, hijas, madres y hermanas.
Un varón cristiano, que dice creer, pero discrimina, maltrata o ningunea a una mujer, solo por serlo, es una vergüenza para el cristianismo, pero también para el género masculino, y especialmente si dicen ser lo que en la práctica no son.
La discriminación de género y el sexismo está tan instalado en la sociedad que simplemente no lo vemos. En el lenguaje, en el mundo laboral, en situaciones cotidianas, en la familia, en la iglesia etc., se tiende a discriminar, sin percibir lo que se está haciendo.
En las iglesias se dice “la mujer para cuidar niños y al marido”, como si no fuera función del varón hacer lo mismo al revés, revelando con eso, un serio problema de comprensión de la función paterna y del compromiso mutuo que implica la relación de pareja. Los varones también están llamados a ejercer como padres y ocuparse también de la salud física y emocional de su esposa.
Otra frase muy usada, es los varones han sido llamados para liderar (concepto que no es bíblico, y los usos que se hacen de ejemplos patriarcales están fuera de contexto). Si uno lidera y los demás obedecen, eso no es una “relación”, sino un vínculo de amo-esclavo, patrón-subordinado, etc., lo que va en contra del concepto “relación”, que implica la unión de dos pares.
Es impresionante como se contradicen tantos cristianos que pretenden fundar una sociedad justa, basada en los postulados de un Dios que “no hace acepción de personas”, pero en la intimidad de sus relaciones de pareja y familia, y en el contexto de las iglesias, actúan con actitudes que no son plausibles para personas que dicen creer en un Dios de justicia.
Incluso más, la defensa destemplada que hacen algunos sobre lo que supuestamente es “el plan de Dios”, implica mostrar a un dios sexista y discriminador de hecho, que acepta solo el liderazgo de varones y somete a las mujeres a las peores arbitrariedades por algo que nadie elige: Ser mujer.
Lamentablemente, mientras no se entienda que no podemos defender la justicia de Dios a menos que comencemos a cambiar y tener actitudes de justicia e inclusión en nuestros hogares e iglesias, no pasará nada y seguirán los cristianos dando un mal ejemplo de contradicción. Por esa razón, tantos no cristianos no quieren saber nada con ese tipo de cristianismo.
En las iglesias, muchas personas, se sienten con derecho a ningunear a las mujeres, utilizando versículos bíblicos descontextualizados, frases sin contexto, y su opinión se sustenta, supuestamente en textos de la Biblia. ¿Puede un Dios justo discriminar a las personas por su género? ¿Cómo es posible pensar en una divinidad que sostiene de sí misma ser justa y a la vez tratar a las mujeres como personas de segunda categoría?
C. J. van Vliet, en su libro La serpiente enroscada da en el clavo con el verdadero significado de lo que ocurre en la actualidad con el intento de tantas mujeres por buscar equidad y un trato diferente. Dice:
“Cuando la mujer comenzó a afirmar sus derechos a la independencia física y social y a librarse de la esclavitud de su sexo, el hombre vio el peligro inminente de su pérdida de poder sobre ella. Se dio cuenta ‘consciente o inconscientemente de que la inteligencia en aumento de la mujer estaba quitando de su vida aquellos servicios superficiales y femeninos que él desea’. Al tener que reconocer las crecientes facultades mentales de la mujer, el hombre tuvo que hallar nuevos medios para mantenerla atada a una persistente complicidad con sus deseos” (Van Vleit, 1986: 179).
La descripción certera señala lo que es un hecho, lo que ocurre es la renuencia de los varones a perder espacios de poder. Por esa razón hacen lo posible por mantener a las mujeres de una forma u otra sometidas a un sistema patriarcal. En las iglesias cristianas suele darse un patriarcado amable, en general, sin golpes ni violencia, pero con el mismo objetivo, lograr que la mujer se doblegue y termine aceptando que no está en la misma condición que los varones.
Es inmensamente contradictorio que finalmente en el ámbito donde la mujer debería encontrar mayor libertad, como es en la iglesia, es donde encuentra más mensajes que la alientan a la sumisión, al silencio, y el renunciar a aspectos fundamentales que Dios ha preservado en su accionar, pero que aun después de más de 2000 mil años, muchos varones no terminan de entender.
La cruz es un acto libertario. Liberó de la esclavitud a todos los que se atrevieron a creer.
Jesús dijo que él había venido “a proclamar libertad a los cautivos”, que vino a “poner en libertad a los oprimidos” (Lucas 4:18), sin embargo, aún siguen algunos creyendo que ser mujer y estar sometida no es ser oprimida o que aceptar un lugar de segunda no es estar en un modelo de cautividad. Nada más lejos de la verdad bíblica.
La iglesia, debería ser un microespacio donde se pudieran plantear en palabra y acción lo que Dios planeó originalmente para la humanidad. Es decir, debería ser un espacio donde se respete al ser humano más allá de que sea varón o mujer. No hay cabida en un contexto cristiano para actitudes sexistas, machistas o feministas radicales. En Jesucristo todos somos alcanzados por la dignidad y el valor de ser.
Si alguien no lo entiende, entonces, o debería plantearse seriamente que significa ser cristiano, o renunciar a llamarse cristiano, porque sexismo, androcentrismo, machismo y abuso de poder masculino, no tienen absolutamente nada que ver con Jesucristo que mostró en hecho y palabras todo lo contrario.
El Dr. Miguel A. Núñez (PhD, Universidad Adventista del Plata); Magister en Teología (Univ. Adv. del Plata); Orientador familiar y terapeuta de parejas (Univ. Católica del Norte); Lic. en Filosofía y Educación (Universidad de Concepción); Posgrado en Sexología clínica y terapia sexual (EMP, España). Docente de Logos University (Florida, EEUU), y del Cary Bible College and Theological Seminary (California, EEUU). Autor de numerosos artículos y 73 libros. Sus comentarios, reflexiones y sermones son vistos en YouTube por millones de personas. Reside en Quart de les Valls, Valencia, junto a su esposa Mery. Es padre de dos hijos (Mery Alin y Alexis) y feliz abuelo de tres nietos: Gio, Vale y Bruna.
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