Los Adventistas ya no están contestando las preguntas apropiadas
Una característica distintiva del adventismo ha sido siempre nuestra visión escatológica del mundo y nuestra comprensión minuciosa del problema del pecado.
Como nos relacionamos con el mundo a través de los lentes escatológicos, tenemos una desconfianza inherente hacia el ecumenismo, y una indiferencia hacia la política y las cuestiones de justicia social –a menos, por supuesto, que estas cosas amenacen o validen nuestra posición escatológica–. En cierto sentido, estamos constantemente alerta, deseando escapar de este mundo que creemos que nunca mejorará.
Aunque la coherencia se interpreta a menudo como fidelidad, nuestro peligro radica en ser ajenos a las realidades cambiantes que nos rodean y a su impacto en la misión. Después de la Convención de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, nos enfrentamos a un mundo diferente, en el que las actitudes hacia la religión han cambiado significativamente.
¿Cómo podemos seguir siendo relevantes en un mundo en el que no se tolera el exclusivismo religioso; un mundo en el que el cristianismo está muriendo en áreas que hemos considerado definitivas en el cumplimiento de la profecía bíblica, mientras que crece en áreas consideradas menos significativas (el cono Sur); un mundo en el que los temas apocalípticos ya no son cautivadores; un público que espera un Evangelio que nos equipe para llevar vidas significativas hoy en lugar de limitarse a informarnos de un futuro lejano?
Estas preguntas representan un panorama cambiante al que se enfrenta el adventismo y su misión. Son un reclamo no sólo a nuevos métodos, sino a un replanteamiento más significativo para una generación que se plantea una serie de preguntas totalmente diferentes.
Los dos errores graves
Para los adventistas, las dos doctrinas fuertemente conectadas con nuestra comprensión de la escatología son el sábado y la no inmortalidad del alma. No es de extrañar que estas dos doctrinas formen parte de un conjunto esencial en nuestros esfuerzos de evangelización. Destacando su importancia, Ellen White escribió:
Merced a los dos errores capitales, el de la inmortalidad del alma y el de la santidad del domingo, Satanás prenderá a los hombres en sus redes. Mientras aquel forma la base del espiritismo, este crea un lazo de simpatía con Roma. Los protestantes de los Estados Unidos serán los primeros en tender las manos a través de un doble abismo al espiritismo y al poder romano; y bajo la influencia de esta triple alianza ese país marchará en las huellas de Roma, pisoteando los derechos de la conciencia. El conflicto de los siglos, 574.
No es de extrañar que nos hayamos vuelto sensibles a estos dos “grandes errores”, dada la importancia escatológica que les concedió Ellen White. Durante casi dos siglos seguimos desafiando públicamente a otros grupos religiosos con actitudes tomadas del siglo XIX. Sentimos que es nuestra misión urgente corregir estos errores que hemos confundido con el Evangelio Eterno.
Sin embargo, normalmente no nos hemos molestado en preguntar qué condiciones del siglo XIX hicieron que nuestros pioneros los identificaran como tales. Puede que nuestra posición al respecto sea bíblicamente correcta, pero ¿estamos seguros de que nuestro mundo actual sigue fuertemente interesado en las preguntas a las que respondemos, como “¿quién cambió el día?” o “¿qué sucede cuando una persona muere?”
No se trata de un retorica para que eliminemos nuestras doctrinas, sino para que profundicemos en las formas en que pueden responder a las preguntas que el mundo se plantea. El adventismo, después de identificar estos dos grandes errores, también ha caído en dos grandes errores propios, a saber:
- Una falta de contextualización de nuestras creencias a nuestro mundo cambiante y,
- Atribuirlos excesivamente a temas escatológicos y apocalípticos, lo que les quita su utilidad actual.
Esto es importante si queremos seguir siendo relevantes para nuestra misión autodefinida como remanente. Comencemos con nuestra doctrina sobre el estado de los muertos y cómo podemos necesitar reformularla para hablar con sentido a nuestro mundo.
Los golpes misteriosos de Hydesville
El espiritismo tiene que ver con la creencia en la continuidad de la conciencia después de la muerte y la posibilidad de comunicación entre los muertos y los vivos. Se convirtió en un fenómeno en Estados Unidos a mediados del siglo XIX con las hermanas Fox -Kate, Leah y Margaret- de Hydesville, Nueva York. Las hermanas afirmaban que la casa en la que vivían estaba embrujada por un espíritu con el que se comunicaban haciéndole preguntas a las que respondía con sonidos de golpes, lo que llegó a llamarse “toques”. Decían que se comunicaban con el espíritu de un vendedor ambulante llamado Charles Rossum que había sido asesinado cinco años antes y que estaba enterrado en el sótano de su casa.
Esto explica por qué las referencias adventistas al espiritismo durante esta época (incluidas las de Ellen White) utilizaban la palabra “rappings” (golpes) al implicar que una doctrina errónea sobre el estado de los muertos deja el camino abierto a la comunicación directa con los muertos.
Cuando los adventistas explican el contexto histórico del surgimiento del espiritismo, no dicen que Margaret Fox confesó más tarde que los “golpes” eran un engaño juvenil, confabulado por las hermanas haciendo sonar sus articulaciones de los pies o haciendo rebotar una manzana en el suelo.
Dado que los “golpes misteriosos” de Rochester fueron noticia durante la década de 1850, los escritos de nuestros pioneros sobre el espiritismo se enmarcaron en este contexto: describieron el espiritismo de acuerdo con lo que habían conocido. La cuestión ahora es si debemos seguir asumiendo que quienes sostienen lo que los adventistas consideran una creencia errónea sobre el estado de los muertos creen como lo hacen para poder comunicarse con los muertos. ¿Atribuyen los cristianos contemporáneos la misma importancia a consultar a los muertos que los espiritistas del siglo XIX? Difícilmente.
También había variaciones en el espiritualismo en todo el mundo a las que nuestros pioneros no estaban expuestos o ni se molestaron en comprender. En las religiones tradicionales africanas, por ejemplo, se creía que los antepasados existían en un lugar indefinido y desconocido al que los vivos no tenían acceso. Su función era velar por el bienestar de sus descendientes, y esperaban la cooperación de los vivos a cambio. Tenían poder tanto para ayudar como para perjudicar, retirando su protección cuando no se cumplían sus instrucciones. Los antepasados se revelaban sobre todo a través de los sueños, pero también -aunque con menos frecuencia- mediante visiones diurnas o el consejo de los adivinos.
Sin embargo, en los círculos cristianos africanos existe hoy un rechazo generalizado al culto a los antepasados. Tanto las iglesias protestantes tradicionales como las pentecostales coinciden en que los antepasados que algunos consultan son presencias demoníacas, espíritus malignos disfrazados en forma de antepasado muerto. Así, aunque existe la creencia común de que cuando uno muere su alma va a un lugar de paz, los cristianos africanos (protestantes y pentecostales) no creen que los vivos deban intentar comunicarse con los muertos.
El estado de los vivos
La misión adventista no debe suponer que una creencia errónea sobre el estado del hombre en la muerte lleva siempre a consultar o adorar a los muertos. Debido a la influencia del espiritismo, eso pudo haberse asumido en la época de nuestros pioneros. Pero el mundo actual requiere una mirada más matizada. Asociar el espiritismo con los milagros, señales y maravillas del movimiento pentecostal, por ejemplo, no es solo estar mal informado, sino que no es sincero. Incluso en las sociedades seculares y post-eclesiásticas, los fenómenos espiritistas no son el resultado habitual de las creencias de la gente sobre el estado de los muertos.
Se trata de complejidades que exigen que nos comprometamos con franqueza con nuestro contexto para comprender mejor cómo ve la sociedad actual la muerte, de modo que podamos enmarcar nuestro mensaje de manera que responda a las cuestiones que muchos se plantean, en contraposición a las narrativas obsoletas del siglo XIX. En un mundo más interesado en la utilidad del presente, incluso los temas apocalípticos vinculados a esta doctrina resultan irrelevantes.
Debemos preguntarnos si el mundo actual sigue tan interesado en saber adónde van los muertos como en lidiar con el sentimiento de la pérdida y el dolor que conlleva la muerte. ¿Debe nuestra preocupación girar en torno a cómo volverán los seres queridos muertos para comunicarles la santidad del domingo? ¿Necesitamos entonces seguir usando los momentos de dolor para convertirlos en sermones doctrinales sobre la corrección de sus puntos de vista sobre el estado de los muertos? Aunque es importante tener una doctrina correcta, el momento y la sensibilidad son importantes. Si logramos convencer a alguien en duelo de que los muertos no saben nada, ¿qué sigue?
¿Podría ser que también tengamos que reflexionar sobre por qué Jesús, en la parábola del hombre rico y Lázaro, utilizó una “creencia errónea” para transmitir una verdad divina sin cuestionarla? ¿Podría ser que, para Jesús, lo que le ocurre a un hombre en el momento de la muerte era menos importante que “el estado de los vivos”?
También hay que tener en cuenta que algunos de nuestros argumentos sobre la doctrina se basan en la literatura sapiencial (como Eclesiastés 9:5), que puede ser rebatida. Esto significa que se necesita un equilibrio, y la única manera de que tal doctrina tenga sentido en nuestra generación es cuando la impregnamos de más empatía, compasión y relevancia para el presente.
Además, adjuntar temores escatológicos puede que ya no sea tan convincente como lo era en el siglo XIX. Sí, debemos desconfiar del uso de los milagros, los signos y los prodigios para engañar, pero esto no tiene por qué estar relacionado con lo que uno cree que ocurre en la muerte. Si separamos los temas apocalípticos de esta doctrina, ¿seguirá siendo fundamental y tendrá su relevancia en el presente? Si no es así, el adventismo necesita reformularla de manera que hable más de la esperanza y se centre más en el “estado de los vivos”.
El nivel del estudio de la Biblia
Una vez más, mi idea es que uno de los principales problemas a los que se enfrenta el adventismo misionero hoy en día es dar respuestas a preguntas que nadie plantea. Utilizamos guías de lecciones escritas con años de antelación, lecciones tratadas como un plan de estudios escolar rígido que no puede ser interrumpido.
Nos encontramos ajenos al mundo que nos rodea al no transformar estas lecciones en una palabra a tiempo para nuestro mundo roto. Si bien es útil tener miembros bien fundamentados doctrinalmente, el reto surge cuando a esos mismos miembros no se les permite hacer sus propias preguntas, ni opinar sobre las respuestas. Tanto las preguntas como las respuestas se tratan como productos acabados que se supone que hay que memorizar, porque esa es la posición oficial.
Así, incluso lo que consideramos como estudio bíblico se reduce a confirmar las respuestas que ya tenemos, independientemente de su relevancia. Por mucho que se nos anime a “poner a la puerta de la investigación tus opiniones preconcebidas y tus ideas heredadas y cultivadas”, hemos establecido límites internos que a menudo militan contra el verdadero estudio de la Biblia.
Al centrarnos más en la defensa de las doctrinas que dejaron nuestros pioneros, corremos el peligro de deshonrarlos si no imitamos también el espíritu de investigación que les llevó a esas conclusiones. El adventismo no debe reducirse a un montón de respuestas definitivas que nos obligan a relacionarnos con el mundo de hoy a través de la mirada de los muertos. Más que nunca, el adventismo necesita empezar a escuchar. Como dice un proverbio africano bastante popular pero no por ello menos acertado: “Los oídos que no escuchan los consejos, acompañan a la cabeza cuando se la cortan”.
Admiral Ncube (PhD) es de Zimbabue. Es analista de desarrollo con sede en Botsuana. Es padre de tres hijos y esta casado con Margret.
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