Lo siento, pero en este momento estoy muy enojado con Dios
Acabo de leer que se estima que el número de muertos por el terremoto en Turquía y Siria ha superado los 50.000. Puede que sean más.
50.000 personas murieron en cuestión de minutos, quizás muchos habrían deseado que fueran minutos, pero para muchos fueron dias de sufrimiento, murieron de sed o por desangrarse lentamente; otros con sus extremidades aplastadas, mientras nadie podía llegar a socorrerlos.
¿De qué sirve la teología?
La mayoría de los pastores que conozco se sienten atraídos por una especie de teología técnica y filosófica. Les encanta usar palabras hebreas y griegas. Adoran mostrar su conocimiento de cosas como pactos y usar palabras como soteriología, exégesis y hermenéutica.
¿Puede usted creer que la mayoría de los sermones en la historia protestante han sido compuestos en gran parte a este nivel de discurso? Quizá los pastores suponíamos que era de lo que debíamos hablar, porque así nos lo enseñaron en la escuela.
A quienes más admiro es a los sufridos feligreses que se han sentado pacientemente a escuchar esas tonterías durante horas de su vida, con la esperanza de sacar algún sentido de ellas. Por supuesto, nosotros, los pastores, los hemos entrenado también para que piensen que estos conceptos abstractos son muy importantes.
Pero estoy jubilado, y ya no necesito tratar de complacerlos. Por fin puedo decir que mi interés por la teología filosófica ha disminuido considerablemente.
Y ahora también puedo admitir esto: Me cuesta trabajo perdonar a Dios por el sufrimiento y las interminables muertes que ocurren en esta tierra, mientras Dios no hace nada.
Y en ninguna parte de nuestro discurso teológico actual escucho honestidad al respecto.
¿Excusando a Dios?
Cuando los religiosos abordamos este tema, respondemos de tres maneras.
La primera, y la más peligrosa, me parece a mí, es que le ponemos excusas a Dios. Dios no pudo hacer nada contra el terremoto. O (peor aún) podría haber hecho algo, pero decidió no hacerlo.
En una época pensé que el motivo del gran conflicto era una buena explicación de por qué la gente sufre y muere. Ahora ya no. La historia en sí es en gran parte mitológica; no está en las Escrituras como tal. (Demuéstreme que me equivoco. Los pasajes utilizados en Ezequiel 28 e Isaías 14 se refieren claramente a figuras humanas, no celestiales, y hay que dejarse llevar por un serio contrasentido para decir que describen a un orgulloso ángel celestial que fue a la guerra con un Dios omnipotente… y ganó, más o menos).
Ahora, todo esto me parece una excusa más para Dios. ¿Por qué le atribuimos a Dios toda una serie de cualidades infinitas y, sin embargo, tenemos que inventar excusas para explicar por qué está limitado por nuestro libre albedrío? Además, ¿qué tiene que ver mi libre albedrío (o el de cualquiera) con ese terremoto?
Sí, en Siria y Turquía estaban ocurriendo muchas cosas políticas brutales causadas por hombres malvados. La gente ya estaba sufriendo. ¿Pero ese terremoto? No fue culpa nuestra.
Luego está la siguiente excusa: hay quien dice que Dios puso en marcha toda esta compleja maquinaria -todo el universo, incluidos los seres conscientes y sensibles, y las placas tectónicas- y luego dio un paso atrás y dejó que se descompusiera. Eso explica el horrible sufrimiento que está ocurriendo, pero no dice mucho a favor de la bondad del Dios con aquellos que hizo a su imagen y semejanza, ¿verdad?
Basta de excusas para Dios. Él puede presentar sus propias excusas. Espero escucharlas algún día.
Unos cuantos milagros
Tal vez hayas visto la historia de la bebé Aya, que fue encontrada bajo los escombros en una ciudad del noreste de Siria. Aya estaba casi muerta, con hematomas e hipotermia, tumbada junto a su madre muerta, que la dio a luz enterrada bajo toneladas de hormigón y luego murió. La supervivencia de Aya fue celebrada como un “milagro”.
He aquí otra de nuestras respuestas habituales: siempre que ocurre una tragedia, los seres humanos estamos programados para encontrar los pocos momentos de luz y celebrarlos como la intervención de Dios.
Estoy seguro de que se trata de una estrategia de supervivencia para nosotros: no podemos soportar el dolor de 50.000 personas sufriendo y muriendo, pero podemos alegrarnos de que se haya salvado una hermosa vida. (Se atribuye a Stalin la frase: “Una sola muerte es una tragedia. Un millón de muertes es una estadística”. Hay verdad sobre la naturaleza humana en esa frase).
Pero, como explicación del terremoto, se queda corta. Sí, me alegro de que la pequeña Aya viviera y fuera encontrada. Pero, ¿por qué sólo Aya? Si Dios pudo hacer un milagro en el caso de Aya, ¿por qué no en el de otros miles de bebés y sus padres?
Esto me recuerda una historia que oí contar una vez a un líder religioso: tenía que tomar un avión, pero un policía de tráfico le paró cuando se dirigía al aeropuerto a toda velocidad, por lo que se retrasó y perdió el vuelo, que, según supo horas después, se estrelló y murieron todos los que iban a bordo. Pero Dios era tan bueno y tan bondadoso que lo salvó.
¿Y el resto de los pasajeros? ¿Merecían morir? Esa no es una teología que pueda aceptar.
Algunos años atrás tuve un líder de Conferencia que hablaba constantemente de cómo Dios respondía a cada oración que él hacía. Siempre me pregunté qué pensaría la gente que tenía un cáncer terminal o que había perdido un hijo o un esposo cuando le oían hablar y hablar de sus interminables milagros. ¿Suponían que tenía una relación especial con Dios porque ocupaba un cargo religioso? ¿Era alguien tan extraordinariamente justo? (Después de haber sido víctima de su mal genio, yo era bastante escéptico respecto a esa teoría). Perdí a mis padres cuando era muy joven, en la época en que él se jactaba de que Dios les había resuelto a él y a su esposa incluso problemas médicos menores. Era indignante escucharlo, así como los fariseos santurrones que clamaban en las calles diciendo que Dios contestaba solo sus oraciones.
No, Dios no se libra dejando que ocurran unos pocos “milagros” menores, mientras decenas de miles sufren y mueren.
Ah, y ni siquiera me hagas hablar de la explicación de que el terremoto ocurrió porque esas personas en Turquía y Siria no eran cristianos, que ya ha sido lanzado por algunos predicadores evangélicos. ¿Hay algo más malvado, más exclusivista, más blasfemo que se pueda decir de Dios? Nunca podría respetar a un dios que pensara así.
Ayuda a otros
A lo largo de los años escuché algunos sermones instructivos e incluso agradables. Pero nunca había oído un sermón bueno y satisfactorio que explicara por qué 40.000 personas pueden morir de un solo golpe (sea lo que sea eso) mientras a Dios parece no importarle lo más mínimo. No creo que exista un sermón que pueda explicar eso, y mucho menos que pueda darle paz a cualquiera acerca de esto.
Y no deberíamos tener paz. No deberíamos sentirnos satisfechos y complacidos por la comida chatarra teológica sobreprocesada de algún predicador sobre la voluntad o las capacidades o las elecciones de Dios.
Es hora de disgustarse con Dios. Tenemos razones para hacerlo.
La única respuesta que parece útil (pero aún lejos de ser satisfactoriamente completa) se encuentra en la observación de Jesús. Él no se quejó ni dio explicaciones. “anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.” (Hechos 10:38).
¿Y qué consiguió a cambio de los problemas que consiguió? Muerte y abandono. “Elí, Elí, lema sabactani”, gritó al fin. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Noten que Hechos dice que lo hizo porque “Dios estaba con él”. ¿No suena casi como si diciéndonos que hagamos obras de misericordia es todo lo que Dios puede hacer para ayudar a un mundo que sufre?
Esa es la única teología que puedo extraer de todo esto: haz lo mejor que puedas para ayudar al mundo tú mismo. Haz lo que Dios desearía poder hacer, a través de nosotros.
Por supuesto, Jesús no ayudó a todas las personas del mundo. Muchos no tuvieron el privilegio de conocerle. Millones sufrieron y murieron mientras él estuvo en la tierra. No pudo evitarlo todo. Solo hizo lo que pudo: ayudar.
Ser como Jesús
Este es el único sermón que puedo predicar ahora sobre este tema: que debemos ser como Jesús. Por tanto, debemos hacer algo. Al igual que él, no podremos hacer lo suficiente. Será simplemente algo. Ayudamos a unos pocos. Aliviamos un poco el sufrimiento aquí y allá. Nuestro alcance es limitado.
¿Y la respuesta universal prometida? Las Escrituras dicen que está en algún lugar en el horizonte, pero hemos estado esperando mucho, mucho tiempo. Demasiado tiempo para albergar esperanzas de ayuda en cualquiera de las tragedias, guerras o pandemias actuales.
Demasiado tarde para esos 50.000 muertos en Turquía y Siria.
Con los años, llegué a la conclusión de que las cosas más sagradas que hacemos los adventistas no suceden en las reuniones evangelísticas, ni en los servicios religiosos, ni en las aulas de las escuelas, ni en los comités de la Asociación General, ni siquiera en las oraciones personales y el estudio de la Biblia.
Lo más sagrado que hacemos es ayudar a la gente. Poner las cosas un poco mejor de lo que Dios las dejó.
¿Y a cambio de nuestros esfuerzos? Más problemas. Más terremotos. Más plagas. Más guerras. Así, necesariamente, seguiremos haciendo las mismas cosas una y otra vez.
No podemos confiar en que Dios arregle esto. Dios no impidió que sucediera en primer lugar. Debemos ser como Jesús y hacer algo. Algo que, por razones que no podemos explicar y que ni siquiera deberíamos intentar, Dios no puede o no quiere hacer. No podemos devolver la vida a 50.000 personas; para ellas no hay justicia.
Pero debemos hacer algo. No puedo ir allí y sacar a la gente. Tampoco puedo estar seguro de si aquellos a los que doy dinero para que hagan esas cosas lo hacen. (Aunque estoy a favor de ADRA por encima de cualquier otro Departamento de la Asociación General, y Carmen y yo damos a través de ellos).
No es la primera vez que ocurre un desastre natural tan horrible. Ha ocurrido desde el principio de los tiempos. Pero creo que ha llegado el momento de que nosotros, insignificantes predicadores, dejemos de excusar a Dios. En cambio, sigamos con la obra de Jesús: ayudar a quien podamos, por poco que sea.
Loren Seibold es el editor ejecutivo de Adventist Today y dirige el foro de Adventist Today Sabbath Seminar.
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