La Iglesia: ¿la amas como es o la dejas?
Cuando comencé a escribir, se de antemano que mis artículos recibirán una única respuesta, tan segura como los incendios forestales en California cuando es verano. Si escribo algo que cuestione una práctica o creencia de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, sé que recibiré un mensaje, comentario o e-mail: “¡Ni siquiera deberías ser adventista del Séptimo Día!”
Resulta más fácil de aceptar cuando se trata de una pregunta cortés, como “¿Podrías explicar por qué sigues siendo adventista del séptimo día si no estás de acuerdo con [la enseñanza o práctica en cuestión]?”. A veces toma la apariencia de una fuerte preocupación personal: “El diablo te tiene controlado, y estoy orando para que puedas convertirte al verdadero Adventismo del Séptimo Día”. En ocasiones me acusan de ser un jesuita infiltrado. Lo más fascinante para mí son comentarios como éste: “Hereje [vulgaridad], lo que escribes es [vulgaridad]. Estás destruyendo la iglesia remanente de Dios y Dios te va a [vulgaridad] destruir en el lago de fuego”. (Sí, la gente ha escrito notas como esa a AT en defensa de la iglesia. Tenemos algunas personas muy enojadas, muy tóxicas, del lado de la ortodoxia adventista).
Si no te gusta, ¿por qué no te vas?
El desafío viene con frecuencia, como es de esperar, de los que se consideran los verdaderos adventistas, fieles y conservadores. Me he dado cuenta de que a menudo parecen no haber leído (o entendido) lo que realmente escribo. Sólo observan discrepancias con lo que creen y solo reaccionan. A veces parece que no han visto el artículo en absoluto: escuchan que lo menciona algún “ministerio” de mala muerte y eso es suficiente para acusarme.
Para esta gente, formar parte de nuestra iglesia es un tema del todo o nada. O ves la fe exactamente como ellos la ven, sin desviaciones ni desacuerdos, o deberías irte de la iglesia. Me recuerda a una vieja canción country un poco amenazadora del difunto Merle Haggard sobre Estados Unidos: “Si no lo amas, déjalo/ que esta canción que estoy cantando sea una advertencia. / Si estás corriendo por mi país, amigo, caminas junto a mí en la lucha”.
Quienes han dejado la Iglesia y ahora se consideran sus opositores muestran un enojo similar por el hecho de que yo siga siendo Adventista del Séptimo Día. Los antiadventistas son a veces tan rígidos y están tan enfadados como los que son verdaderos creyentes, sólo que están al otro lado de la línea divisoria. Respeto a los que se han ido a otra parte, a los que han encontrado otra iglesia o sistema de creencias, o quizá ninguno: que Dios les bendiga, allí es donde Dios les ha llevado, y no me corresponde a mí juzgarlos.
Aunque tengo profundos lazos con la Iglesia Adventista, realmente no me identifico con el tribalismo religioso como tal: Dios está en muchos lugares, en los corazones de muchas personas.
Así que no tengo ningún deseo de defender esa frontera entre lo de dentro y lo de fuera. Pienso en esta iglesia y en mi participación en ella de forma muy distinta a como lo hacen los leales creyentes o los firmes opositores. No se trata de “ama a la Iglesia y todo lo que representa, o déjala”. Amo a Dios y amo a la gente. Y por ahora, me siento muy cómodo haciéndolo aquí, entre gente cristiana maravillosa que conozco de toda la vida.
¿Quién nos define?
Mi muy respetado profesor Fritz Guy dijo una vez a una clase de pastores en formación: “Nunca permitan que nadie les diga que no son verdaderos adventistas del séptimo día. Nadie más que tú y Dios pueden decir si eres adventista o no”.
En ese momento no estaba seguro si creerle. Estaba empezando mi ministerio, y me estaban diciendo que ser adventista del séptimo día significaba no sólo tener una cierta ortodoxia definida, no sólo un conjunto de comportamientos detallados con precisión que yo tenía que cumplir a la perfección, sino una lealtad total a la institución y a sus líderes.
A pesar de toda la difamación histórica que hemos hecho del catolicismo romano, nuestros líderes, con su constante consigna de que “la Conferencia General es la máxima autoridad de Dios en la tierra”, parecen haber adoptado las actitudes de nuestro escogido enemigo sobre la autoridad eclesiástica. Sin embargo, me parece claro que la intención de nuestros pioneros era crear un grupo poco definido, con una teología dinámica y guiada por el Espíritu. Habiendo estudiado los errores del protestantismo, se resistieron a definir la iglesia mediante credos y declaraciones. Escribió LeRoy Froom en Movimiento del Destino, los fundadores de nuestra iglesia:
” reconocieron claramente que la verdad bíblica debe seguir desarrollándose a través del estudio continuo y la guía divina. . . . Temían cualquier obstáculo, credo o rígido formalismo entorpecedor. Decidieron no clavar ninguna estaca en los límites de los credos, como habían hecho la mayoría de los demás, diciendo: ‘Hasta aquí y no más allá’. La tragedia de las iglesias atadas a credos a su alrededor era un ejemplo de esa falacia e inutilidad” (135).
Eso no es lo que nos llega ahora de Silver Spring. Editar y añadir a los 28 puntos de nuestro credo es parte de cada sesión de la Asociación General (AG), y nuestro actual presidente de la AG ha hecho de la ortodoxia de toda la iglesia, tal como él la define, el pilar central de su liderazgo.
Una de las razones por las que escribo como lo hago es que quiero que todos sepan que la Iglesia es mucho más grande que una lista de creencias fundamentales. Es más grande que la Asociación General. Más grande que lo que se publica en la revista Ministerio y en la Revista Adventista. Más grande que los puntos doctrinales de la clásica campaña evangelística. Más grande que las exigencias iracundas del hermano débil o la hermana débil de la congregación.
Creo que debería ser lo suficientemente grande como para dar cabida a expresiones amplias, variadas e imaginativas de nuestra fe común.
Una iglesia amplia
La noción anglicana de una iglesia amplia significa algo muy específico en la historia de esa comunidad. Pero yo, adventista del Séptimo Día, lo utilizo para describir una iglesia lo suficientemente flexible como para permitir entre nosotros una amplia gama de interpretaciones acerca de Dios y de las expectativas de Dios, y miembros de muchos tipos que, a pesar de nuestras diferencias entre nosotros, son amados y apreciados como miembros de nuestra comunidad.
Por supuesto, ya tenemos entre nosotros muchas más diferencias de las que se suelen admitir, y no me refiero sólo a los ” descarriados”, la ” cizaña” (desprecio ambas frases) de las listas de la iglesia. Incluso los que asisten con regularidad y pagan el diezmo tienen opiniones privadas y fragilidades humanas, de modo que la pureza doctrinal y de comportamiento en la que tantos quieren creer es un mito.
No existe -admitámoslo de una vez- la pureza de creencias o la perfección de comportamiento entre nosotros. Esto no se debe a que seamos personas especialmente malas, sino a que, en común con todos los creyentes de la historia, “conocemos en parte y profetizamos en parte”, aun cuando todos “estamos destituidos de la gloria de Dios”.
La idea de que una denominación en todo el mundo cristiano debe ser la exclusiva que tiene razón, y que la nuestra mostrará siempre una coherencia perfecta en creencias y prácticas, es una tontería, y todos, en el fondo, lo sabemos. Ralph Waldo Emerson dijo célebremente que “Una tonta coherencia es el duende solitario de las mentes pequeñas, adorado por pequeños estadistas y filósofos y divinos”. Parece que nos hemos convertido en una iglesia presidida por divinos obsesionados con ese duende. Yo, al menos, me niego a ser uno de ellos.
Así que eliminemos de una vez por todas esa arrogancia que tenemos de ser los únicos poseedores de la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Nosotros, criaturas finitas, entendemos muy poco de Dios, y somos moralmente tan frágiles que dependemos totalmente de su gracia.
Sigan a Jesús
Como pastor, mi trabajo es hacer lo que hizo Jesús: pastorear y consolar a las personas que sufren. El evangelio de Jesucristo que se me ha encomendado enseñar está claro en el Nuevo Testamento, y algunas de las cosas que los adventistas enfatizamos se oponen profundamente a ese Evangelio. Algunas cosas, de plano, lastiman a la gente. Ahí, yo seré su oposición.
Vivir bajo la culpa constante de una perfección imposible no es el evangelio de Jesucristo. La escatología que se emplea mal para causar terror, no es el evangelio de Jesucristo. Llamar a otras iglesias nuestros enemigos y acusarlas de prepararse para perseguirnos no es el Evangelio de Jesucristo. Convertir cosas insignificantes, como la comida, en grandes cosas y juzgar la espiritualidad de la gente por ellas no es el evangelio de Jesucristo. Una estructura administrativa jerárquica de la iglesia que se llama a sí misma “la más alta autoridad de Dios en la tierra”, dirigida por un presidente autoritario que confunde doctrinas con políticas, no es el evangelio de Jesucristo. Imponer a todos los adventistas del mundo exactamente las mismas creencias, y esperar que operemos al unísono a través de una diversidad de culturas, no es el evangelio de Jesucristo.
El evangelio de Jesucristo es mucho más sencillo que eso. Dice que aquellos que creen en Jesús y hacen todo lo posible por imitarlo en sus vidas pueden tener la certeza de la vida eterna.
Eso es todo lo que intento decir y todo lo que intento hacer, y no seré expulsado de la iglesia por ello.
Loren Seibold es el Editor Ejecutivo de Adventist Today.
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