¿La Iglesia Adventista contra el abuso infantil?
Recientemente leía una entrevista realizada por Felipe Lemos a Leiliane Rocha, una psicóloga y esposa de pastor, sobre las situaciones de abuso infantil en los entornos religiosos. Estas informaciones son muy importantísimas y aplaudibles, sin embargo, las políticas y acciones sobre casos dentro de la Iglesia Adventista siguen siendo ocultados.
Child Rights International Network, una agencia de derechos humanos para los sobrevivientes de abuso sexual infantil, recalca que no solo es importante la denuncia, sino establecer en Latinoamerica: “comisiones de la verdad que crean una verdad oficial histórica e identifiquen a los responsables, se acometa una reforma legal para mejorar el acceso de los sobrevivientes a la justicia y se pongan en marcha planes de reparación para rectificar el daño sufrido”.
En años reciente se han intensificado los juicios por pederastia y abusos sexuales en entornos religiosos. Los casos más visibles, sistemáticos y mayoritarios han sido cometido por el clero de la Iglesia Católica. Pero estos casos suceden también en la Iglesia Adventista y es un tema que incluso incomoda abordar, algo que se percibe en la negativa de la iglesia a publicar estadísticas en base a los casos de abusos sexuales que suceden dentro de sus espacios.
La iglesia es un espacio de confraternidad y cultos. En la que se desarrolla confianza, lo que tiende a bajar los niveles de alerta, y se da por sentado que los niños están protegidos. Lo que termina facilitando el camino a los depredadores sexuales, que usan la figura religiosa y la confianza. Esto se da desde pastores hasta miembros.
En Latinoamerica, la organización adventista da prioridad por sobre todo a la imagen de la iglesia, esta idea hace que los casos de abuso sexual sean ocultados, silenciados y minimizados. Así que difícilmente se recomiende a las víctimas denunciar a sus agresores, los casos de denuncia han sido por iniciativa de las víctimas sin el acompañamiento de la iglesia (casos muy excepcionales son por intervención de líderes locales que apoyan a las víctimas).
Recuerdo un caso en Colombia, cuando hice prácticas pastorales de estudiante. En las visitaciones que realice, siempre iba acompañado por la Anciana de la iglesia, quienes conocen mejor las realidades que los Ancianos. Un día recibí en casa de la mujer Anciana y su esposo, a una jóven de 16 años, animándola para regresar a la iglesia. Cuando supe porque no estaba en la iglesia, quede atónito. Desde los 8 años de edad, la joven había sido violada sistemáticamente por su padrastro, un líder de la iglesia, a los 15 años ella decidió romper el silencio en la iglesia. Pero los Ancianos y por consejo del pastor la borraron de la iglesia junto a su padrastro, por “adulterio”.
Lo único que podía sentir era vergüenza profunda, le pedí perdón en nombre de la Iglesia Adventista a la joven por el daño cometido, la motive a denunciar a su agresor a las autoridades, ya que estos delitos no proscriben. Debido a que esto sucedió antes de que yo llegara, reuní a los Ancianos y les explique que habían cometido no solo una aberración sino un delito, la iglesia estaba encubriendo. Mi recomendación en estos casos era siempre motivar a la víctima a denunciar a las autoridades, la iglesia no tiene autoridad ni competencia para solucionar estos problemas Por supuesto, notifique al pastor del distrito, quien no lo tomo bien. La joven denuncio a su agresor, y el presidente de la Conferencia llamó a mi Seminario para quejarse por lo que había aconsejado a la víctima. A mi regreso, recibí una amable conversación con el Decano, sobre los peligros de recomendar a las víctimas denunciar, “porque expone a la iglesia ante el mundo”.
Es común los casos dónde las propias Conferencias terminan cambiando a los pastores, o aplicando censuras suaves a los agresores, que se van a otras iglesias. Incluso, los administradores terminan tratando con misericordia a los agresores. Como en una Unión dónde se recomendó la contratación a un pastor con expediente en Fiscalía por Grooming. A criterio del presidente, no se podía “perder un buen elemento como ese pastor que bautiza mucho”. Por supuesto, la víctima y su familia se fueron de la Iglesia Adventista.
No más escandaloso fue la acción del presidente de otra Conferencia, quien fue advertido por la abogada de la Conferencia sobre la re-contratación de una persona que había estado envuelto en relaciones sexuales con una menor de edad, y como el anterior presidente debió rendir declaraciones en la Fiscalía cuando fueron citados. Pero este nuevo presidente en vez de escuchar a su abogada y resguardar las fuentes sensibles, converso con el empleado, culpando indirectamente a la abogada de ser la responsable de que no lo puedan seguir empleando.
Aunque el 70% de los casos de abuso sexual infantil suceden en el entorno familiar, Leiliane Rocha explicó que la Iglesia es un espacio donde se dan abusos sexuales:
“En los últimos años, he atendido varios casos que ocurrieron en ambientes religiosos: en estacionamientos, salas, en la nave de la iglesia, en campamentos, en pijamadas, en ensayos del coro, en baños y en otras acciones”.
Si bien Rocha recomienda que la iglesia debería “adoptar acciones potencialmente protectoras: tener un proyecto permanente, y no temporal, para prevenir y combatir la violencia sexual”. Lamentablemente no son políticas oficiales de la Iglesia Adventista. Es bueno que se establezcan lideres formados y permanentes, que sean formadores en las iglesias locales contra el abuso infantil, seminarios de concientización y supervisión a los que trabajan directamente con los niños.
Me llamó la atención que en vez de recomendar la denuncia a las autoridades como mecanismo principal, Rocha lo pone al final de su lista de recomendaciones, usando otra palabra: “que los líderes sepan cómo realizar una notificación, a qué organismos recurrir; cómo proteger y enseñar al niño y adolescente a protegerse del abuso sexual, entre otros aspectos prácticos”.
Si bien se puede formar a líderes locales sobre el abuso infantil, es peligroso dejar la responsabilidad en sus manos para “canalizar” una situación de esa magnitud, cuando estos abusos están tipificados como delitos. Ya se ha hecho en el pasado y conocemos las terribles consecuencias. La ambigüedad, tiene el riesgo de calar en la mente de los líderes locales, haciéndoles creer que ellos están “capacitados” para manejar el asunto internamente, o convertirse en consejeros.
La posición de la iglesia ante una situación de abuso infantil debe ser incentivar a las víctimas a denunciar a sus agresores, sean pastores, ancianos, directores de clubes o miembros. Y brindarle acompañamiento espiritual en el proceso. Además, de facilitar la información a las autoridades. En vez de cambiar de distrito a pastores o solo aplicando disciplinas foráneas. También, hacer una base de datos con depredadores sexuales con antecedentes para evitar sus nombramientos o funciones religiosas.
Por cierto, la Iglesia Adventista cuenta con una seguradora [en Latinoamerica no se informa sobre esto]: Adventist Risk Management, que se encuentra en todas las Asociaciones, con pólizas que son susceptibles de indemnización por parte de victimas que fueron afectadas dentro de iglesias e instituciones adventistas. En los países desarrollados como Estados Unidos, la iglesia ha dejado la función a las autoridades civiles, ya que no hacerlo les podría costar mucho dinero.
Leiliane Rocha recomienda lo siguiente para crear una cultura de protección hacia los niños (estas recomendaciones deberían ser política y reglamentos oficiales de la Iglesia Adventista):
- “Realizar entrevistas con las personas que van a trabajar directamente en el Ministerio Infantil y del Adolescente.
- Verificar los antecedentes criminales de todos los que van a colaborar en ese ministerio.
- No permitir que haya una persona sola en el departamento infantil. Siempre dos, preferentemente que no sean de la misma familia.
- En el caso de niños que no saben higienizarse, llamar a los padres para que los lleven al baño.
- Para los niños que ya tienen autonomía corporal y saben higienizarse, cuando alguna maestra los lleva al baño, esta no debe entrar en el recinto con él. Y ante cualquier duda, llamar a los padres.
- Informar a los padres que deben ser responsables por sus hijos, llevándolos a y buscándolos de la sala de Escuela Sabática.
- Orientar a los padres a no dejar que sus hijos vayan solos al baño, a beber agua y ni anden por las dependencias solos. Ya he conocido muchos casos de abuso en estas situaciones.
- Realizar capacitaciones, entrenamientos y eventos, como se menciona en el siguiente punto:
- No realizar eventos para niños pequeños donde tengan que pernoctar sin la presencia de los padres o su responsable (ej.: campamentos de Aventureros)”.
Debemos seguir reforzando las iniciativas como EndItNow o “Romper el silencio”, enfocándonos en nuestras propias realidades y no tanto en lo que sucede fuera de la iglesia. Pero también la Iglesia Adventistas debe reconocer la autoridad civil y trabajar conjuntamente para hacer de las iglesias lugares seguros para los niños y adolescente. El silencio y hermetismo en nombre de “la imagen de la iglesia ante el mundo”, debe eliminarse del pensamiento, ya que esto es lo que realmente causa daño a la iglesia.
Por otro lado, la transparencia, el reconocimiento de los abusos contra niños cometidos dentro de la iglesia y la reparación de las víctimas, acompañado de políticas duras, permitirán mostrar al mundo que los adventistas realmente estamos comprometidos contra el abuso infantil.
Daniel A. Mora, es el editor para AToday Latinoamérica.
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