¡La balanza esta cerrada!
Cuando voy de casa al trabajo, una distancia de algo más de 150 km, paso por una estación de pesaje. No le doy importancia porque, como soy como una especia de turista, no me afecta directamente.
Puede que sí, pero no lo sé.
Formamos parte de un todo
En 1623, el poeta británico John Donne escribió: “Ningún hombre es una isla”. Lo que afecta a otro hombre me afecta a mí. Si soy sensible en el mejor de los casos, siento su dolor. Tal vez sienta la sal de sus lágrimas.
Cuando oramos el Padrenuestro, creemos que tenemos un Padre común. Lo que significa que todos nosotros, quienes oramos, somos miembros de la misma familia: la del hombre. Y todos los demás seres humanos con los que me encuentro son parientes míos.
Si me adhiero a esta idea, me vuelvo más consciente, paciente e indulgente.
Hay quienes afirman que podemos elegir a nuestros amigos, pero no a nuestra familia. Pero, ¿y si todo el mundo formara parte de nuestra familia? Estoy lejos de ser perfecto, como cualquier otro ser humano. ¿Estaría dispuesto a ser más tolerante con los demás? ¿De la misma manera en que lo soy conmigo mismo?
Estaciones de pesaje
Las estaciones de pesaje están diseñadas para camiones. Se tiene en cuenta cuántos ejes tiene el camión y cuánta pesa. El límite establecido por el gobierno federal parece ser de 40 toneladas. A veces se requieren permisos especiales para vehículos más pesados.
Al parecer, las autoridades quieren saber qué camiones son los responsables de los huecos que se forman en la autopista.
Volví a casa el día después de Acción de Gracias. El tráfico era sorprendentemente pesado. Sólo hace falta un accidente, una persona que se quede sin gasolina, una persona con problemas mecánicos, para retrasar el flujo del tráfico. La costumbre parece contagiosa.
La problemática del tráfico pasa de agua a melaza en un día frío. En lugar de alterarme, he desarrollado una actitud de resignación: Me sorprende bastante que no ocurra con mayor frecuencia. En lugar de decir: “¿Por qué a mí?”. Ahora pregunto: “¿Por qué no a mí?”. Doy gracias cuando no es grave, porque entonces mi trayecto al trabajo está más cerca de la hora y media que de las dos horas.
Este cartel se prendía intermitente de la estación de pesaje cuando pasé: BALANZAS CERRADAS.
Lo miré dos veces. ¡Comencé a pensar!
Pesados en la balanza
En el libro de Romanos se nos dice que todos hemos pecado. Y si fuésemos pesados en la balanza, todos seriamos hallados faltos (Daniel 5:27).
Uno podría pensar, que de los miles de millones de personas que han vivido en la Tierra puede haber un puñado de personas que lograron escapar de la ira del Todopoderoso por sus propios méritos. Pero no. Según el apóstol Pablo, ni uno solo.
El predicador de Nueva Inglaterra Jonathan Edwards describió la difícil situación de la humanidad como la de pecadores que penden de un hilo sobre las llamas del infierno, y si no fuera por la benevolencia del Altísimo, ese hilo se rompería y no habría esperanza alguna. Nos hundiríamos en el abismo.
Si es así, más vale que comamos, bebamos y seamos felices, porque mañana moriremos. Para siempre.
Pero espera. Algo ocurrió. Hace poco más de dos milenios, se produjo la encarnación.
Y, como un camión que ha conseguido un pase libre, no tenemos que ser pesados. La balanza está cerrada, por así decirlo. No durante un día, sino mientras respiremos, y nuestro corazón lata o haya vida.
La balanza (diferente, pero usada como otra metáfora en la Sagrada Escritura) desaparece de nuestros ojos, y vemos claramente.
Pero para los creyentes, la balanza está, por así decirlo, cerrada. No serán pesados. O, si lo son, no serán hallados faltos. Hay Alguien allí para aligerar su carga. Su justicia esconde nuestros vestidos harapientos (porque, por mucho que nos esforcemos, nuestra justicia siempre será harapienta).
Jesús vino a cerrar la balanza. No por un día, sino por el tiempo que el Espíritu se nos acerque a susúrranos sobre la salvación.
S.M. Chen escribe desde el sur de California.