Jesús me odia
Hace algunos años daba clases de inglés en la Universidad a tiempo parcial. En una clase de Literatura Moderna de segundo curso, uno de los alumnos más interesantes era un joven que se esforzaba mucho por su imagen: camisetas negras rotas, pantalones de camuflaje, corte de pelo desaliñado y múltiples piercings. Se distinguía regularmente del resto de la clase por su forma de vestir y su actitud correspondiente. Además, era uno de los mejores alumnos de la clase. Sus preguntas y respuestas en los debates de clase solían alterar lo esperado y obligaban a la clase a considerar diferentes perspectivas. Como profesor de la clase, apreciaba su singular aportación.
Pero un día, su llegada me interrumpió la introducción a la clase del día. No se trataba de que llegara tarde ni de ninguna otra interrupción, sino de la camiseta que había elegido para ese día, que decía: “Jesús me odia”. Simplemente no supe cómo reaccionar ante tal afirmación, tan contraria y fuera de mi forma habitual de pensar sobre Dios. La declaración de su camiseta tuvo en mí un efecto similar al que sus aportaciones solían tener en la interacción en clase.
Al reflexionar sobre esta experiencia, probablemente deberíamos empezar por cuestionarnos hasta qué punto debemos tomarnos en serio las camisetas y, por analogía, los vinilos de parachoques y similares. Uno sospecha que a menudo estos artefactos de la cultura pop son más marketing que filosofía, centrados mucho más en si se venderán que en la propia frase.
Pero la cuestión sigue siendo qué motivaría a alguien a comprar o llevar una etiqueta así, y por qué se vendería una camiseta así.
Después del shock inicial provocado por la camiseta, mi reacción ante el eslogan fue de tristeza, tanto por la tergiversación del amor de Dios que pudo haber recibido en algún momento como por su rechazo de ese amor. Quería gritar: “No, ése no es el Dios que conozco, el Dios que murió por nuestro mundo, por nosotros. Estás muy equivocado”.
Quería, de alguna manera, mostrarle o explicarle un Jesús diferente, cualquiera que fuera su conocimiento o experiencia. Es una de las tareas constantes de quienes deseamos que los demás conecten con el amor de Dios -como comienza Dallas Willard La conspiración divina- “ganar una nueva audiencia para Jesús… la supuesta familiaridad nos ha llevado a la falta de confianza, la falta de confianza nos ha llevado al desprecio y el desprecio nos lleva a una profunda ignorancia.”
Al mismo tiempo, tenemos que revisar las representaciones que tenemos de nuestro Dios que todo lo ama. Tal vez en perjuicio de quienes no comprenden bien los caminos del cristianismo, los cristianos nos hemos esforzado por poner en práctica la distinción fina y un tanto artificial que hemos hecho entre “odiar el pecado” y “amar al pecador”. Tenemos que ser cuidadosos a la hora de explicar o emplear este trillado dicho, asegurándonos de que aquellos que no están familiarizados con la terminología cristiana y que se identifican mucho por lo que hacen no se vean indebidamente alejados de la Fuente última de la aceptación del amor. “‘Dios odia el pecado’, subrayan algunos. Pero Dios odia el pecado como el padre de una víctima de leucemia odia el cáncer. Dios realmente ama al pecador” (Frederica Mathewes-Green).
Una camiseta de “Jesús me odia” está muy lejos del verdadero Jesús, un Dios que “mostró a los discípulos todo el alcance de su amor” (Juan 13:1), inclinándose para lavarles los pies llenos de polvo. El servicio de Dios es una de las realidades más profundas de la fe cristiana, algo que nosotros, que deberíamos saberlo, damos por sentado con demasiada facilidad y que lucha por hacerse realidad incluso en los más fieles de sus santos.
Y ese es el otro pensamiento que me asaltó al contemplar la declaración de la camiseta de este estudiante: la abrumadora humildad y gracia del amor de Dios, un amor que alcanza incluso a los que llevan camisetas de “Jesús me odia” y a muchos de los que somos iguales. Como dice el himno,
Allí para mí está el Salvador,
Muestra sus heridas y extiende sus manos;
Dios es amor. Lo sé, lo siento;
Jesús llora y aún me ama.