¿Qué constituye una “experiencia espiritual”?
Me llamó la atención un comentario reciente sobre un artículo de Adventist Today. “No creo que el autor conozca a Jesús como su amigo personal”, escribió alguien.
Dejemos de lado el hecho de que probablemente ese no sea un juicio seguro para hacer sobre otra persona. Lo que me llamó la atención fue la deficiencia de la que se acusaba al autor: “Él no tiene una amistad con Jesús”. ¿Pero, qué significa eso? Por favor, comprende que no estoy diciendo que no haya personas que tengan lo que se puede describir como una amistad con Jesús. Pero el comentarista insinúa que el autor debe tener ese tipo de experiencia, presumiblemente la que ella tiene, o si no se le considera sospechoso.
Las descripciones de la experiencias espirituales son notoriamente problemáticas. Por su naturaleza, describen algo que se resiste a la explicación. Si le preguntas a alguien sobre esto, admitirá que es algo así como “lo sabrás cuando te suceda”. Sin embargo, casi siempre hablamos de la experiencia espiritual como si compartiéramos una definición común, y eso simplemente no es cierto.
No soy William James, pero he pasado un tiempo pensando en esto. Si lo que sigue suena un poco confuso, déjame recordarte que mi tesis aquí es que estas experiencias son, de hecho, subjetivas y difíciles de expresar con palabras, y no se pueden generalizar. La variedad de las experiencias espirituales se superponen y se combinan en recetas muy individuales.
De lo emocional a lo lógico
Creo que muchos, cuando hablan de experiencia espiritual, imaginan algo emocional. El rey David fue el rey de la fe emocional: en los Salmos, pasa de la ira a la alegría, a la culpa, a la maldición y al baile en éxtasis. David fue el originador del corazón ardiente (Salmo 39:3), una metáfora a la que recurrieron más tarde los viajeros de Emaús y John Wesley. Elena de White nos advirtió que no confiáramos en nuestros sentimientos, pero no nos atrevemos a descartar las lágrimas de un pecador que viene a Cristo, o el sentimiento de paz que llena su corazón; si eso es lo que ella dice que le está pasando, ¿quién soy yo para dudarlo?
¿Todos tienen experiencias religiosas emocionales? Por supuesto que no. Pero donde tengo problemas con los sentimientos es cuando alguien intenta manipular los míos. A veces, las reuniones religiosas están diseñadas para evocar emociones y poco más. Los pentecostales son maestros en despertar estos sentimientos supuestamente religiosos, con buena música, balbuceos en lenguas o serpientes de cascabel en el servicio del domingo por la noche. Pero esto también sucede en nuestra denominación. Si montas una situación donde hay música evocadora, retórica emocional, una sopa de culpa; si levantas y examinas las tristezas e inseguridades humanas y prometes soluciones; la emoción que genera, ¿es enteramente causada por Dios?
Si quieres alienarme, ponme en un marco donde me hagas esto. Recuerdo una reunión de pastores en California donde hubo un impulso incesante para obtener testimonios desgarradores y llorosos de nosotros. Los pastores son personas complacientes por naturaleza, y sospecho que a muchos de los que participaron no les gustó más que a mí. Todavía no puedo respetar por completo a quienes me pusieron en esa situación.
Una experiencia espiritual un poco diferente se desarrolla entre aquellos con una estética más académica. Aquí todo es ritual y liturgia, todo olores y campanas y coros y órganos de tubos y libros de oraciones. Encuentro las lecturas y oraciones del Libro de oración común más consistentemente significativas que las cosas improvisadas que vemos en la mayoría de las iglesias, y me gusta la música de órgano y coro, aunque gran parte del resto de las galimatías y del vestuario a mí no me llega.
La experiencia puede ser estéticamente emocional (si esto existe), pero también hay un peso en el ritual mismo que hace que la gente se lo tome en serio. Y no olvidemos que para muchas de estas personas, el corazón del servicio es ingerir una pequeña galleta de Jesús. Difícilmente se puede tener una relación más cercana con Jesús que digerirlo.
¿Meditación?
Muchos cristianos imaginan que Jesús está presente con ellos cuando oran. Le hablan y lo escuchan como si estuviera allí mismo en la habitación. Sospecho que es una forma bastante común en que las personas sienten la presencia de la Divinidad. Si le vas a poner un nombre, ese nombre es “meditación”.
Algunos eruditos adventistas hoy en día sueltan un lote de gatitos salvajes cuando escuchan acerca de la formación espiritual o la meditación. Hacen argumentos forzados sobre si estás mirando hacia adentro o hacia afuera, vaciando tu mente o llenándola, intentando crear un problema a partir de las distinciones más sutiles. Y al hacerlo, sacan la alfombra de debajo de muchos creyentes sinceros que hacen esto para cultivar un sentido de la presencia de Jesús.
¿Por qué la anti-meditación se ha convertido en algo? Porque vende libros, crea citas para hablar, genera fariseísmo y le da a cierto tipo de predicadores la oportunidad de crear miedo, un enfoque que suele tener éxito, ya que la nuestra es una fe basada en gran medida en el miedo. Pero no hay sustancia allí, y deberían avergonzarse de tratar de robarles la alfombra a aquellos que disfrutan de lo que es claramente una forma bíblica de acercarse a Dios.
He tenido amigos que escucharon a Dios hablarles audiblemente, o que tuvieron un encuentro con un ángel. Los envidio. Algunos de los grandes santos de la historia fueron incluso más allá, con visiones y experiencias fuera-del-cuerpo. A mí no me gusta que mis sentimientos sean sacudidos, pero ¿no sería un fortalecimiento de la fe ver a un ángel revolotear por tu habitación (suponiendo que estés sobrio y en tus cabales)? Por desgracia, esta experiencia tampoco es mía. Ni siquiera en los eventos más intensos de mi vida, como cuando mis padres murieron siendo bastante jóvenes y en el mismo año, Dios se me manifestó de esa manera.
La semana pasada hablé con algunas personas que, aunque no afirman tener sentimientos profundos ni experiencias místicas, arraigan su experiencia espiritual en un evento transformador pasado que, visto por el espejo retrovisor, los llevó a cambiar su vida. Dios la ayudó a dejar las drogas, cambió su vida, la sanó en respuesta a la oración, salvó su matrimonio. Si le preguntas a estas personas qué significa tener una relación con Dios, escucharás estas historias. Rara vez he necesitado un rescate moral dramático, y en esas veces en que necesité un milagro (muertes prematuras de familiares, mencionado arriba) no sucedieron. Pero, ¿quién soy yo para dudar de la experiencia de los demás?
He conocido algunos cristianos (y a estos también los envidio) que viven de milagro en milagro. Ciertos de nosotros llamaríamos a algunos de sus milagros coincidencias o sesgos de confirmación o auto-cumplimiento, pero para ellos, la vida es una larga serie de intervenciones divinas en los eventos diarios. Dios los bendiga, y que sus milagros sigan llegando.
Aquellos de nosotros que recordamos el llamado de John F. Kennedy a “no preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país” sabemos que hay una experiencia paralela entre las personas de fe. Tengo algunos amigos (demasiado pocos) para quienes la experiencia espiritual significa ayudar a los necesitados. Esto, ocasionalmente, es ridiculizado como demasiado político, como sólo un activismo social, pero para aquellos que lo hacen, puede ser la presencia misma de Jesús. No hay nada que un seguidor de Jesús pueda hacer que esté más cerca de lo que Jesús modeló que esto. Nosotros tenemos sólo algunas instancias de él en la sinagoga, pero decenas de encuentros misericordiosos.
Una vez asistí a una escuela de evangelización donde el líder decía que si siempre estabas ganando almas, todas tus necesidades espirituales serían satisfechas. No cuestionarías a Dios, no lucharías con el pecado, no necesitarías ningún ministerio de fortalecimiento de la fe, porque en todo momento estarías vendiendo la versión Adventista del Séptimo Día de Jesús a alguien. Según él, ni el cuidado pastoral, ni la edificación de una comunidad sobre otra cosa que no fuera un interés compartido en la evangelización, eran necesarios. No estoy de acuerdo con él, pero creo que esa fue su experiencia: se emocionó genuinamente al ver a un nuevo creyente sumergirse en las aguas del bautismo. Pero, como la mayoría de los vendedores, perdió interés después de la venta, dejando que otra persona se preocupara por la calidad y el mantenimiento.
En comunidad
Le pregunté a algunos amigos en mis iglesias qué constituía una experiencia espiritual para ellos y lo describieron como estar rodeados por, estudiar y orar con sus amigos en la iglesia. La comunidad es el escenario de muchas experiencias espirituales, y para algunos es la experiencia. Puede parecer un poco exagerado ver la amistad humana como la definición de “conocer a Dios” o “tener una amistad con Jesús”, pero Elena de White dijo que Dios, a través de “los más profundos y tiernos lazos que el corazón humano pueda conocer en la tierra, procuró revelársenos” (El Camino a Cristo, 10).
Entonces, ¿qué tal con ser sólo un buen cristiano, sólido, que va a la iglesia y vive lo que cree? ¿Es eso una experiencia espiritual? A nosotros, los adventistas del séptimo día, nos encanta regañarnos por esto, lo llamamos “laodicense”, blando y tibio, y simplemente “jugar a la iglesia”. (A nosotros, los adventistas del séptimo día, nos gusta regañarnos por casi cualquier cosa. Parece que pensamos que no hay mejor motivación para mejorar que hacernos sentir inadecuados).
No estoy del todo seguro de que sea justo descartar esta experiencia confirmadora de ser un cristiano sólido y practicante. El vivir de acuerdo con las expectativas de tu iglesia puede no ser emocionante, pero es una fortaleza para muchos. Los mantienen con los pies en la tierra. Cementa amistades. Da un sentimiento de pertenencia. Sospecho que parte de lo que llamamos una experiencia espiritual se trata realmente de conocer el lugar al que pertenecemos.
La espiritualidad cognitiva
Estoy llegando al otro extremo del espectro de los sentimientos, a lo racional y lógico. Quizás te preguntes si el estudio, la discusión y el análisis son realmente una experiencia espiritual, del calibre de una “amistad con Jesús”, pero es lo suficientemente común que voy a asumir que lo es.
Yo divido la espiritualidad cognitiva en dos partes. La primera comienza con un lote de textos que decidimos que tienen autoridad, y luego tejemos un conjunto lógico de enseñanzas a partir de ellos. Conozco a muchas personas brillantes cuya experiencia espiritual (si estás dispuesto, como yo, a llamarlo así) se compone de este tipo de examen racional de los textos inspirados. Ellos aceptan por fe que el fundamento es seguro, y construyen magníficamente sobre él. Estos son los eruditos del Nuevo y Antiguo Testamento, los expertos en griego y hebreo, las personas que analizan y comparan como si Dios hubiera codificado la teología en cada marca diacrítica de las Escrituras. En un nivel cotidiano, este es el territorio de las 28 creencias fundamentales, el folleto de la Escuela Sabática, las reuniones evangelísticas, las lecturas bíblicas para el círculo del hogar, los estudios bíblicos y la mayoría de los sermones. Cada vez que participo en el evangelismo, me impresiona lo bien que todo se envuelve en un paquete internamente consistente. ¿Califica esto como tener una amistad con Jesús? No estoy seguro. Es más factual que experiencial. Pero las amistades toman diferentes formas.
Pero hay una frontera más allá del territorio racional y lógico. Fuera de este límite, los adventistas del séptimo día tradicionales se sienten muy incómodos. Estoy hablando de aquellos en nuestra comunidad cuyo temperamento es tal que cuestionan casi todo. No tienen experiencias emocionales o de la “presencia de Jesús”. Son, por naturaleza, científicos y escépticos. No asumen que todo lo que les sucede es un milagro. Incluso luchan por creer que la Biblia es verdadera, o si es verdadera, que sea tan completa y precisa como lo creen sus colegas que analizan el texto a nivel molecular. Tienen la costumbre inquietante de elegir la solución lógica en lugar de la solución revelada.
Estas son personas que conozco bien. Habitan en comunidades como Adventist Today y Spectrum, y creo que son una parte esencial de una comunidad de fe dinámica. A veces me molestan cuando son implacablemente negativos y críticos, aunque incluso entonces los prefiero a sus contrapartes, los que son implacablemente presumidos y críticos.
Sin embargo, mucha gente (como el comentarista que hizo el juicio que dio inicio a este artículo) podría decir que tales personas no pueden ser espirituales, y mucho menos tener una experiencia con Dios. Los minimizan con la etiqueta de “culturales”. No estoy tan seguro, como parece estar ellos, de que estas personas no puedan ser profundamente espirituales.
El temperamento racional y científico merece un tratamiento bastante largo por sí mismo, aunque ahora que excedí la longitud razonable de un ensayo, lo postergaré hasta otro momento. Solo les pido que consideren esto: si alguien con más preguntas que respuestas insiste en permanecer en una conversación con nosotros (suponiendo que respete la experiencia y las convicciones de los demás), ¿debemos alejarlo? Espero que haya gente de mentalidad escéptica en el cielo, porque espero estar allí.
De hecho, que alguien permanezca en conversación con la comunidad de fe a pesar de sus dudas podría mostrar mucha más fe que la persona cuya fe ya ha sido recompensada por la confirmación experiencial. Como dijo Jesús: “Porque me has visto, has creído; bienaventurados los que no vieron y creyeron” (Juan 20:29).
Loren Seibold es el Editor Ejecutivo de Adventist Today