Porqué amamos nuestra gran y obesa administración
Por Loren Seibold | 18 de junio 2018 |
En 2015 un estudio independiente comisionado por el Comité de Gobierno Eclesiástico de la División Norteamericana (NAD por sus siglas en inglés) reportó un hecho impactante en el Concilio Anual de la NAD. En ese momento (hace dos años y medio), el estudio descubrió que si eliminaban todas las asociaciones de la NAD y las uniones se encargaban de administrar las congregaciones, escuelas y pastores, se podrían ahorrar unos 145 millones de dólares.
Sí, 145 millones cada año. El informe ofrecía otras opciones menos radicales (aunque también ahorraban menos dinero) que podían ser llevadas a cabo mediante la fusión estratégica de asociaciones locales.
Es posible que los números ya no sorprendan a los administradores de la iglesia, que los escuchen tan seguido que se han olvidado cuantas ofrendas pequeñas y sacrificadas de personas ordinarias van a esos 145 millones. Pero 145 millones suenan como una enorme cantidad de dinero para mi, especialmente dado que durante los últimos seis años he estado pastoreando cuatro iglesias pequeñas en los Apalaches, donde los hermanos fielmente envían sus diezmos, pero ocasionalmente se quedan cortos de dinero y no pueden pagar los gastos de las iglesias.
Que una reestructuración administrativa pueda ahorrarnos 145 millones cada año en solo una división de la iglesia mundial es un recordatorio de la extraordinaria cantidad de maquinaria operativa que la Iglesia Adventista del Séptimo Día tiene. Para un grupo que comenzó en lo que nuestros pioneros consideraban un “movimiento” con profunda antipatía hacia las jerarquías eclesiásticas, ministros profesionales y sinecuras pastorales que otras denominaciones tenían, lo hemos compensado demasiado bien: ahora tenemos ahora cuatro niveles administrativos, con edificios y puestos oficiales, por encima de la iglesia local, cientos de presidentes y vicepresidentes y trabajos casi permanentes para quienes llegan a la administración de la iglesia.
¿Asociaciones o uniones?
Por mucho tiempo parecía obvio a muchos de nosotros que el nivel administrativo de la unión era el más práctico para eliminar. Seguro, las Uniones tienen algunas responsabilidades importantes: supervisar la educación, dirigir los concilios, vigilar las operaciones de las asociaciones, supervisar las universidades y colegios en su territorio, transferir los diezmos y ofrendas de las Asociaciones a la División. Pero una comunicación más eficiente y la facilidad para viajar han hecho que sea posible realizar estas cosas de otras maneras.
En la década de los ’90, cuando trabajaba en la Unión del Pacífico, se comisionó un estudio que sugirió que podríamos funcionar bastante bien sin las Uniones. Las Asociaciones locales, se decía, manejan las cosas importantes que tenemos en común, como predios campestres y colegios secundarios. Ellas reciben los diezmos, les pagan a los obreros, supervisan las escuelas, colocan pastores y proporción recursos a las congregaciones. ¿Para qué necesitamos a las uniones?
Ustedes notarán que la Unión del Pacífico aún existe.
De hecho, probablemente podríamos funcionar bien sin Uniones. Pero sospecho que el argumento contra las Uniones también puede ser aplicado a las Asociaciones. El ahorro se puede realizar de cualquier manera. (Actualmente los mejores recursos vienen de fuentes independientes, no de oficinas denominacionales oficiales). La nómica se puede subcontratar. Y acerca del recibimiento de diezmos y ofrendas, resulta que mucho ya está regulado por reglamentos de todas maneras, con muchas remesas y transferencias; las Uniones también podrían hacer eso.
Realmente no es necesario oficinas en un edificio para supervisar escuelas e iglesias, solo un individuo que no le moleste conducir un automóvil. (En muchas denominaciones, la supervisión de pastores es realizada por pastores regionales). Acerca de predios campestres y academias educativas, donde no han cerrado aun, algunas se han convertido en piedras de molino financieras alrededor del cuello de las Asociaciones, y más de un presidente de Asociación ha reflotado la idea de que las Uniones se hagan cargo de las academias educativas para no tener que cargar más con ese peso.
Y todavía está este giro sorprendente: recientemente las Uniones resurgieron en popularidad cuando se cobró conciencia de que la historia y los reglamentos administrativos le otorgan una significativa cantidad de poder. Al estudiar el desarrollo organizacional de principio del siglo X, descubrimos que Elena de White había defendido su creación como un muro protector contra los líderes excesivamente controladores y culturalmente insensibles de la Asociación General. Al menos un par de presidentes de Uniones en la NAD han ejercido su autoridad, defendiéndose contra esta particular administración de la Asociación General en el asunto de la ordenación de la mujer.
Ha pasado mucho tiempo desde que escuché a alguien hablar acerca de eliminar las Uniones.
¿Cuánto necesitamos?
Desde el informe del Comité de Gobierno Eclesiástico de la NAD previamente mencionado, hemos escuchado poco acerca de racionalizar el sector administrativo. De hecho, la División Norteamericana se ha vuelto más fuerte, incluso mudándose a su propio edificio. Aunque esto puede ser bueno para la separación de poderes, no parece ayudar en nada para reducir los gastos de la iglesia.
¿Los adventistas necesitamos esta burocracia tan grande para funcionar? Si le preguntas a las personas en las oficinas de las Asociaciones, uniones, Divisiones y en la Asociación General, te dirán que todos ellos están muy ocupados trabajando, y les creo. Los buenos obreros siempre se las arreglan para estar ocupados. Las tareas se expanden para llenar el tiempo disponible para su finalización. Las personas creativas crean nuevos proyectos. La iglesia no lleva a cabo análisis de mercado para ver si realmente hace una diferencia, así que todos asumen que necesitamos a cada persona ocupada en un lindo edificio de oficinas haciendo lo que sea que están ocupados haciendo.
Pero me pregunto. Creo que la facilidad para viajar y comunicarnos debería reducir el número de personas y edificios necesarios. Las personas honestas en la administración de la iglesia han admitido que hay mucha redundancia: recursos similares a menudo son inventados por muchas personas y muchas herramientas ministeriales creadas en oficinas difícilmente sean usadas en el campo. Presidentes me han confesado que gastan demasiado viajando a reuniones y comités, en muchos de los cuales sus voces no son esenciales.
Mientras la NAD disminuye el número de sus instituciones y congregaciones, ¿por qué la administración de la iglesia no disminuye también?
Porqué no podemos disminuir la administración
Todo esto me lleva a lo que pienso que es una conclusión inevitable. Aunque hablamos mucho acerca cómo nos gustaría usar nuestro dinero sabiamente, aunque expresamos la idea de que deberíamos hacer más línea en el campo misionero, nosotros, los adventistas, amamos nuestra gran y obesa administración eclesiástica. No hemos decidido conscientemente que nuestra franquicia, las congregaciones locales en lugares como Steubenville, Ohio y Enid, Oklahoma, son prescindibles; pero podemos imaginar comunidades sin congregaciones adventistas más fácilmente que lo que imaginamos una asociación sin sus propios empleados y edificio de oficinas.
Mi propia Asociación de Ohio, donde he trabajado por 20 años, ha tenido muchas luchas típicas de Asociaciones pequeñas. Hace algunos años atrás cerramos la escuela secundaria más antigua de la denominación, la Academia Mount Vernon. Aunque tenemos algunas de las áreas metropolitanas más grandes en los Estados Unidos, la mayoría de nuestras congregaciones son pequeñas, con una membresía que declina y envejece. Diez de cada noventa iglesias proporcionan más de la mitad del diezmo para la Asociación, y a veces andamos cortos de dinero. En lo que se refiere al ministerio, es inevitable que muchas de nuestras iglesias más pequeñas cerraras, y los distritos serán agrandados y más dispersos. (El mío cubre 13 mil kilómetros cuadrados, con congregaciones separadas por 160 kilómetros).
Recientemente la Asociación de Ohio mudó su sede a nuevas oficinas en el área de Kettering, una reubicación facilitada por la red del Centro Médico de Kettering. Este cambio pasó a través del concilio de la Asociación sin apenas objeciones. Estaría sorprendido si la idea de que eliminemos la Asociación en favor de la Unión, o incluso si nos combinamos con un par de otras pequeñas Asociaciones cercanas para economizar fuera parte de cualquier discusión seria. Aunque el informe del Comité de Gobierno Eclesiástico de la NAD es bien conocido, la reducción de la administración no está aún en nuestras agendas.
¿De quién es la culpa?
Después del reporte del Comité de Gobierno Eclesiástico en el Concilio del 2015, varios líderes de la iglesia se acercaron al micrófono. “Esta es una idea sorprendente, “dijeron, “Solo piensen en cuánto trabajo podemos hacer con 145 millones… Pero mantengan en mente, sin embargo, que mi Asociación, debido a que es pequeña, o grande, o étnica, o aislada, no debería ser una de las reemplazadas. En otras palabras, “yo quiero que se ahorren 145 millones para usarlos en evangelismo, pero no quiero que afecte mi trabajo”.
Entonces, ¿es este fracaso en economizar la culpa de un montón de líderes eclesiásticos egoístas y codiciosos? Pienso que esa es una conclusión injusta.
Es verdad que los líderes de las iglesias tienen pocos incentivos para disminuir la organización. Ellos manejan el dinero. Ellos dirigen las reuniones y concilios. Y los líderes no son reelectos si las cosas cambian mucho. Consecuentemente, no hay muchas recompensas por tomar acciones radicales, incluso si eventualmente salvan a la iglesia.
Tenemos una cultura eclesiástica donde la marca del éxito en el ministerio es dejar el ministerio: si un pastor aun está pastoreando una congregación después de 20 años de ministerio es porque no era un muy buen pastor, sino ya se habría movido a la administración de la Asociación, de la Unión, o más alto. Y esta puerta solo se abre de un solo lado: una vez que estás en una oficina, tienes seguridad laboral en el sector administrativo, y es difícil que regreses a un humilde distrito pastoral.
Aun así, he estado presente en demasiados concilios como para culpar solo a los líderes. A los laicos no les gustan los cambios radicales mucho más que a los líderes. Una y otra vez he visto a laicos adventistas desaprovechar las oportunidades de presionar a los líderes de la iglesia a tomar acciones que puedan realmente mejorar el ministerio en las comunidades locales.
Es por eso que las recomendaciones del estudio del Comité de Gobierno Eclesiástico no fueron mencionadas cuando la Asociación de Ohio mudó sus oficinas; y estaría muy sorprendido si fueran mencionadas en cualquier debate de cualquier concilio en la NAD, aunque el reporte es ampliamente conocido.
Como funcionan las organizaciones
No son solo los líderes, sino nuestros laicos adventistas quienes no pueden imaginarse una denominación sin una gran burocracia. Sus corazones pertenecen a la Iglesia Adventista del Séptimo Día tanto como a su congregación local, y no pueden visualizarnos sin esos edificios de oficinas y administradores con trajes grises.
¿Por qué valoramos tanto todo eso? No estoy seguro. Tal vez es la creencia de que algo importante está sucediendo en algún otro lugar. “Conozco las limitaciones de mi congregación local, pero debes ver esos grandes edificios, la multiplicidad de ministerios, de esas organizaciones más arriba en la escalera administrativa”. Nos da la sensación de que somos parte de algo más grande además de nuestra decaída iglesia local, nuestro pastor mediocre con sus sermones mediocres que escuchamos una vez cada tres sábados, o nuestros divididos miembros de iglesia, nuestros bancos vacíos.
Por favor, entiendan que esto no es porque nuestros líderes o nuestros miembros son malos, o tiene malas intenciones. Esto se trata de la manera en que funcionan las organizaciones. Las organizaciones obtienen los resultados para los cuales están organizadas, y nos hemos organizados para la estabilidad y seguridad, es decir, para la inercia y el control. La administración de nuestra iglesia es como un gran volante de automóvil que siempre nos mueve en la misma dirección. Pero, al igual que un volante, se resiste a ser redirigido, y esa es su debilidad. Algunas organizaciones pueden ver las palabras escritas en la pared y se reinventa a medida que la cultura evoluciona. Las organizaciones religiosas son muy deficientes en hacer eso, porque la historia de la iglesia es su identidad. Por definición, el producto no cambia: es lo que nos trajo hasta aquí, y nos llevará hasta el final.
A menos, por supuesto, que no lo consiga. La historia muestra que las organizaciones religiosas generalmente hacen lo que siempre han hecho hasta que se paralizan, y nuevas formulaciones de capturan los corazones y las mentes de las personas. La expresión “Reforma protestante”, debo recordarles, es un término erróneo pues no reformó la iglesia existente, sino que inventó algo nuevo. La religión usualmente procede mediante revoluciones más que cambios razonados, planificados y intencionales.
Lo que necesitamos
Creo que reducir nuestra sobrecargada jerarquía eclesiástica es una de las necesidades de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en la NAD. ¿Será fácil de hacer? No, será difícil y doloroso. Algunos líderes, pastores y muchos laicos se opondrán ferozmente. Pero decir que puede ser realizado es un fracaso de la imaginación y (si aceptan mi premisa de que sería mejor errar del lado del ministerio evangelístico que con demasiados puestos administrativos) posiblemente incluso un fracaso de fe.
Y creo que nos haría mucho bien. Podríamos liberar dinero para la obra local. Las personas pueden invertir sus corazones de nuevo en sus congregaciones y comunidades locales. Y es posible que de nuevo el ministerio en el distrito sea una posición de prestigio, en vez de una parada a un puesto administrativo, porque muchas personas fueron promovidas a puestos porque eran buenos pastores y deberán volver a ser buenos pastores de nuevo.
Sin embargo, el dialogo parece haberse paralizado, como lo ha hecho todas las veces que fue discutido, y ¿quién sabe cuando será retomado?
Loren Seibold es pastor, y editor ejecutivo de Adventist Today.
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