No todas las diferencias son irrelevantes, y no todas las opiniones son válidas
Me gustaría hablarles de una diferencia que tengo continuamente con mis amigos.
Como licenciada en Filología Inglesa y en Historia, me encantan las fuentes autorizadas que me dicen que una etimología, una costumbre regional o una fábula histórica común son más complejas de lo que yo creía. Me encanta saber que mis conocimientos son incompletos. Me encanta llegar al fondo de las cosas.
Esto significa que me impaciento cuando algo no tiene un fondo al que llegar.
Lo que no significa que me gusten las teorías conspirativas; simplemente quiero que los libros que leo, y las películas y series que veo, aborden grandes temas a los que la gente se enfrenta cada día, como el dolor, la culpa y el trauma entre generaciones. Quiero que mis programas se hayan creado con intencionalidad y una conciencia más amplia del contexto y las implicaciones culturales.
En muchas ocasiones he hablado con amigos que me dicen: “A veces los libros y las películas no tienen por qué tener significados más profundos. A veces simplemente son divertidos”.
Yo les digo: “¡Pero los significados ocultos son divertidos!”.
Aún no hemos resuelto ese dilema. Creo que nunca lo haremos… y no pasa nada.
Este es el tipo de diferencia que me encanta. Es el tipo de discusión que me encanta tener con mis amigos. Me encanta cuando mis amigos mencionan ejemplos de repercusiones que yo no sabía que tenían mis creencias. Me alegro mucho de que mis amigos no sean exactamente como yo. Si mis amigos no fueran diferentes de mí, probablemente nunca habría probado la comida vietnamita ni habría visitado Melbourne ni me habría subido cuatro veces seguidas a la montaña rusa Flight Deck en Great America.
Diferencias importantes
Pero no finjamos que las diferencias de opinión sobre el mejor tipo de teléfono son lo mismo que las diferencias de opinión sobre quién merece derechos civiles. No finjamos que podemos “estar de acuerdo en discrepar” sobre asuntos que afectan profundamente la vida de los demás. “Estar de acuerdo en discrepar” no siempre es un enfoque moralmente superior para mantener conversaciones difíciles. Argumentar que “ambas partes” tienen puntos buenos y puntos malos no siempre es el mejor enfoque. A veces una de las partes está perjudicando a la otra sin lugar a dudas, y ese perjuicio debe abordarse.
Una de mis personas favoritas en Twitter se llama Emily Joy. Es poeta, profesora de yoga y conferenciante sobre la intersección entre fe y sexualidad. Hace un tiempo, escribió:
[He estado pensando en la entrevista que me hizo el otro día alguien que tenía un punto de vista teológico más conservador y me preguntó qué me haría falta para estar con gente con la que no estaba de acuerdo teológicamente. Y yo les dije: Escuchen, yo estoy constantemente en contacto con personas con las que no estoy de acuerdo teológicamente. En ambas direcciones. Soy muy amiga de ateos y de gente que se toma muy en serio el credo de Nicea.
Donde tengo problemas con la gente es cuando se trata de cuestiones de dignidad humana y derechos civiles. Mi vida no es un asunto teológico. Mi persona no es una cuestión teológica con la que haya que estar de acuerdo o en desacuerdo. Rechazo la premisa de las preguntas que parten de ahí. Si tu “teología” dice que estoy sucia y deshecha a causa de mi sexualidad y que mi pareja y yo no deberíamos disfrutar de los mismos derechos civiles que tú y que, en última instancia, lo que soy y amo me condena a quemarme viva para siempre en un infierno de fuego literal, bueno. Supongo que pueden llamarlo teología si quieren. Pero para mí eso no es más que intolerancia, opresión, odio y pecado, disfrazado de teología para darle un toque de legitimidad. Y yo no comulgo con ese ******.
No está de más recordar esto:
Si tenemos la costumbre de preguntar al Grupo A por qué no puede llevarse bien con el Grupo B -por qué el Grupo A no puede dejar de lado sus diferencias y ser amigo del Grupo B-, quizá el problema no esté en el Grupo A. Tal vez no haya “gente muy buena en ambos lados”. Tal vez, como dijo James Baldwin: “Podemos estar en desacuerdo y seguir queriéndonos, a menos que tu desacuerdo tenga sus raíces en mi opresión y en la negación de mi humanidad y mi derecho a existir”. Quizá deberíamos comprobar qué daño inflige el Grupo B al Grupo A.
No me refiero a cosas como: “El Grupo B construyó un templo en la misma ciudad que el Grupo A” o “El Grupo B quiere los mismos derechos civiles que tiene el Grupo A”.
Me refiero a cosas como: “El Grupo B comete y fomenta sistemáticamente la violencia física contra el Grupo A”.
O, “El Grupo A tenía índices de suicidio increíblemente altos, y al Grupo B se le nota mucho que no le importa”.
O, “El Grupo B difunde rumores falsos sobre el Grupo A que conducen a la marginación, los estereotipos y la discriminación”.
O, “El Grupo B se niega a reconocer que el Grupo A existe”.
Es difícil ser amigo de alguien que te hace daño a ti y a tu comunidad de forma activa y sin remordimientos.
No estoy diciendo que no pueda darse el caso. Tampoco digo que no debería suceder.
Amor y justicia radical
Sin embargo, cuando veamos que esto sucede, no convirtamos esa historia en una excusa para obligar a los demás a perdonar -y mucho menos a hacerse amigos- de quienes les han hecho daño. Esa no es una decisión que podamos tomar por los demás. Cuando nos beneficiamos de sistemas y prácticas que victimizan a otros, la carga no debe recaer en esas víctimas para que nos perdonen nuestras ofensas y podamos tener la conciencia tranquila mientras seguimos manteniendo el statu quo. La carga recae sobre nosotros, los privilegiados, para construir un mundo mejor en el que todos reciban un trato equitativo
Este es mi reto: Abraza el amor radical, la justicia y la equidad. Martin Luther King Jr. lo dijo mejor en su “Carta desde la cárcel de Birmingham”:
La cuestión no es que seamos extremistas, sino qué clase de extremistas seremos. ¿Seremos extremistas por odio o por amor? ¿Seremos extremistas por mantener la injusticia como está o por la ampliación de la justicia? En aquella dramática escena en la colina del Calvario fueron crucificados tres hombres. Nunca debemos olvidar que los tres fueron crucificados por el mismo crimen: el crimen de ser extremistas. Dos eran extremistas por inmoralidad, y por eso cayeron muy por debajo del entorno en el que vivían. El otro, Jesucristo, era un extremista del amor, la verdad y la bondad, y por ello se elevó por encima de su entorno. Es posible que, en el Sur, en la nación y en el mundo haya una gran necesidad de extremistas innovadores.
Amigos, seamos extremistas innovadores. Seamos extremistas por la ampliación de la justicia, la proliferación de la empatía y la lucha incansable por transformarnos con un amor que busque afirmar y sostener, en lugar de condenar y cambiar. Amén.
Rebecca Brothers es una bibliotecaria residente en Tennessee que escribe sobre las interacciones de la fe, el género, la sexualidad, la política y el peso. Ha publicado artículos en Our Bible App, Earth & Altar, Cirque, How to Pack for Church Camp, Spectrum y The Gadfly, y es colaboradora habitual del Sundial Writers’ Corner. En su tiempo libre, hace trabajos de carpintería en su pequeña granja y trata de mantener a sus aves de corral fuera de peligro.