La Iglesia Adventista no está preparada para el cambio
En su ensayo titulado “Burocracia, relevancia y recursos: Cómo combatir la excesiva burocracia eclesiástica”, Raj Attiken, administrador de iglesias jubilado, argumenta de forma convincente que la transformación estructural es una de las necesidades más grandes y urgentes de la Iglesia. Termina con una súplica apasionada para que la Iglesia
la denominación pidiera disculpas a sus miembros por la postura de auto-protección que ha adoptado en repetidas ocasiones cuando se le han ofrecido investigaciones creíbles que demuestran que la estructura actual está demasiado jerarquizada para las necesidades de la iglesia. El arrepentimiento institucional profundo por el despilfarro de recursos debe incluir una acción intencionada para eliminar las redundancias y el derroche.
Los argumentos de Raj a favor del cambio son claros. Pero cómo y por qué hemos mantenido durante décadas una estructura cuya eficacia está tan poco demostrada plantea muchas preguntas. ¿Es que los dirigentes de la Iglesia no se dan cuenta de la necesidad de un cambio, o hay otros intereses en juego?
Yo sostengo que probablemente el mayor obstáculo para el cambio en el adventismo es el propio adventismo. Hay algo en nosotros que nos dificulta hacernos una autocrítica, o incluso imaginar que podríamos estar equivocados, o que deberíamos cambiar.
Es decir, estamos programados para resistirnos al cambio. Esta resistencia al cambio se basa en una especie de coherencia que interpretamos como fidelidad a la ética del adventismo.
Pero, si se mira de cerca, no es más que un interés propio y una ingenuidad magnificados.
Diseñados para defendernos
Tras la decepción de 1844, nuestros pioneros consideraron necesario demostrar al mundo entero de que su movimiento era obra de Dios. Adoptaron un tono defensivo al predicar que el 22 de octubre de 1844 fue un ” gran chasco” y parte de un gran plan divino. Desarrollaron un marco doctrinal centrado en el mensaje del Santuario, junto con un enfoque doctrinal argumentativo que insistía en que los Adventistas del Séptimo Día son la iglesia cuya existencia está probada en la profecía bíblica.
De ahí se entiende que nuestros caminos son, por definición, la mejor expresión de la voluntad de Dios para su iglesia remanente. Y no se va en contra de la voluntad de Dios. Aunque los pioneros habían comenzado con una actitud de aprendizaje, abiertos a la autocrítica y al cuestionamiento, evolucionamos para resistir cualquier sugerencia de que pudiéramos estar equivocados o cometer errores, porque somos la iglesia remanente de Dios.
En consecuencia, quienes hacen preguntas son enemigos y no podemos escuchar los temas que plantean. Debemos defender el statu quo a pesar de las pruebas evidentes de que no funciona. Al atribuir un significado moral a todo lo que hacemos, nos volvemos sensibles a las críticas. Empezamos a ver enemigos en todas partes. Nos sentimos amenazados por la crítica. Nos convertimos en idólatras porque no nos permitimos ver otros puntos de vista.
La estructura organizativa actual fue desarrollada por nuestros pioneros como respuesta a las condiciones que enfrentaba la iglesia durante su época. Hicieron todo lo posible para desarrollar una estructura que tomara lo mejor de las iglesias con las que estaban familiarizados.
Pero en lugar de aferrarnos a lo que nos dejaron, debemos hacernos las mismas preguntas que ellos se plantearon. Si la misión es nuestro motor, ¿hasta qué punto estamos seguros que la estructura actual sigue aportando la mejor relación costo-beneficio? ¿Seguimos necesitando una excesiva cantidad de funciones y cargos, en todos los niveles, desde la iglesia local hasta la Asociación General?
La política y los púlpitos
Siempre que se celebran elecciones, pensamos que la mano de Dios está eligiendo a los líderes. El sistema de comisiones de nombramientos es un intento de garantizar una amplia representación durante las elecciones. Queremos creer que el proceso está libre de manipulación política, que el Espíritu de Dios se encargará de impedir cualquier interés egoísta.
Pero después de que un presidente es elegido, pasa a formar parte de la comisión de nombramientos, utilizando su nueva posición para influir en la elección de los otros oficiales. En esta etapa, se deja de confiar en la misma mano de Dios que eligió al nuevo presidente. No hay nada más político que un nuevo presidente manipulando la comisión de nombramiento para excluir a las personas con las que no quiere trabajar, mientras trae a sus amigos para que se unan a él en un puesto importante.
¿Es así como actúa el Espíritu Santo? ¿Poner el sistema representativo bajo la autoridad de un líder? No, esta es una práctica tomada de la política secular. Profesamos tener una forma representativa de gobierno donde el poder reside en los miembros; sin embargo, tenemos un sistema que crea jefes dentro de aquellos que hemos elegido.
Cuando conferimos el poder ejecutivo a quienes elegimos, hacemos de la elección al cargo un fin profesional. El ministerio pastoral no es una carrera, sino un mero trampolín hacia algo mejor. Los intereses creados de los ejecutivos elegidos no les dan ningún incentivo para reformar la estructura, pues, ¿por qué un presidente ambicioso desearía reestructurar su propio puesto fuera del poder?
La Iglesia se dirige ahora mediante iniciativas presidenciales, típicas de lo que vemos en los procesos políticos de muchos países. En lugar de someterse a la visión colectiva y a las prioridades establecidas por la iglesia, tenemos líderes que establecen su propia visión y prioridades, que luego se supone que la iglesia debe respaldar. Quienquiera que sea elegido llega con sus iniciativas y proyectos, apoyados por eslóganes y días especiales en el calendario eclesiástico.
Al cabo de un tiempo, el nuevo programa se abandona discretamente, sin evaluación ni comentarios, y se pone en marcha otro. Si se elige a un nuevo líder, abandonará todo lo que haya hecho su predecesor y empezará a añadir sus propios programas y días especiales al calendario eclesiástico.
No hay nada más despilfarrador. ¿Cómo podemos esperar que cambie una estructura que otorga este tipo de poder ejecutivo y privilegios?
Martillo de oro
El psicólogo Abraham Maslow dijo: “Es tentador, si la única herramienta que tienes es un martillo, tratar todo como si fuera un clavo”[1] Se llama “martillo de oro”: cuando adquirimos una nueva habilidad, o un nuevo conocimiento, o algún poder, veremos oportunidades de utilizarlo en todas partes, incluso donde no es apropiado.
La dependencia excesiva de un proceso conocido significa que nos quedamos atascados en una determinada forma de hacer las cosas. En consecuencia, nada cambia.
Aunque algunos puestos de liderazgo están abiertos a cualquier persona, independientemente de su sexo o formación teológica, las estructuras eclesiásticas están dominadas por pastores hombres. De este modo, se priva a la iglesia de la oportunidad de aprovechar las diversas habilidades y experiencias de sus miembros.
No es de extrañar que no se preste atención a las cuestiones de desarrollo y cambio organizativos. Los pastores no están formados para ello. No es razonable esperar que dirijan un proceso de reflexión sobre la reestructuración organizativa. En términos generales, eso está fuera de su competencia. Y, como dije antes, no hay ningún incentivo para que se reestructuren a sí mismos desde sus puestos.
Tenemos miembros capaces y temerosos de Dios que dirigen grandes empresas, pero a los que no se da espacio para contribuir a estos procesos. Incluso los Comités Ejecutivos de cada nivel de la iglesia son incapaces porque están compuestos en su mayoría por trabajadores de la iglesia. El presidente de esos mismos comités es un presidente vitalicio. ¿Cómo puede esperarse que sea objetivo cuando se discuten informes sobre el rendimiento de su equipo?
Nada puede suponer un mayor obstáculo para el cambio que una estructura de gobierno plagada de conflictos de intereses y una segregación de funciones poco clara. Una vez más, el martillo de oro: nuestros líderes ministeriales están utilizando las herramientas que tienen, pero no son las herramientas adecuadas para cambiar una estructura eclesiástica testaruda.
¿Hacia dónde vamos?
Estamos atascados en un sistema diseñado para resistirse al cambio, unido a una mentalidad a la que no le gusta ser cuestionada o corregida.
Pero un movimiento global con más de 22 millones de miembros exige que seamos más funcionales, rápidos y eficaces. Esto no puede suceder cuando estamos configurados para 1900.
En muchas partes del mundo, lo que está ocurriendo es exactamente lo contrario de lo que necesitamos. Por ejemplo, en muchas partes de la iglesia mundial se ha convertido en una marca de éxito crear nuevas asociaciones y misiones y uniones cada año. Esto significa sacar a más pastores del ministerio pastoral y recompensarlos con trabajos de oficina y presupuestos para viajes. Significa tomar más dinero del ministerio de primera línea para hacer funcionar el creciente número de oficinas, lo que significa más gastos.
Para empeorar las cosas: el sistema recompensa más a los pastores que trabajan en oficinas administrativas que a los pastores de primera línea. Las iglesias locales son presionadas para que sean buenas mayordomas por líderes que no demuestran buenos principios de mayordomía a nivel corporativo. He oído hablar de asociaciones que exigen el 50% de todas las ofrendas recaudadas en las congregaciones locales, además de todas las aportaciones de diezmos, mientras que se espera que las mismas iglesias locales recauden fondos para sus propios gastos operativos, esfuerzos de construcción y programas de evangelización.
No es de extrañar que acabemos teniendo procesos electorales tóxicos y reuniones de trabajo de las asambleas que se centran más en las elecciones que en el desarrollo y la estrategia de la iglesia. No es de extrañar que no podamos encontrar la manera de desmantelar la estructura fuera de control que hemos creado.
Algo tiene que cambiar.
- Maslow, Abraham (1966). The Psychology of Science: A Reconnaissance. South Bend, Indiana: Gateway Editions. ↑
Admiral Ncube (PhD) es de Zimbabue. Es analista de desarrollo en Botsuana. Es padre de tres hijos y marido de Margret.