El establishment religioso vs el Evangelio
En el prólogo del Evangelio de Juan encontramos esta afirmación: “Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron” (Juan 1:11 NVI). Cuando leemos esto, lo primero que viene a nuestras mentes es: “el pueblo de Israel o los judíos no lo recibieron”. Aunque esto parcialmente es cierto, el factor detonante fueron los líderes religiosos, quienes encarnizaron el rechazo contra Jesús. El sistema religioso se opuso al evangelio de Jesús, hasta el punto de querer destruirlo.
La venida del Mesías era un tema bien conocido en el sistema religioso judío. Sus antepasados lo habían profetizado y estaba plasmado, no solo en el AT, sino también en libros religiosos como el Talmud (con sus divisiones de la Mishná y la Guemará). Cuando Herodes preguntó por el Mesías, los sacerdotes y los eruditos respondieron citando profecías de Isaías y Miqueas (Mateo 2:5-6).
Entonces, ¿por qué los líderes religiosos se enfurecieron con Jesús cuando afirmó que era el Mesías? Bueno, sus preocupaciones estaban fundamentado en la distorsión que ellos veían que Jesús hacía de la figura de Dios. Lo central y esencial en la vida de Israel. Por otro lado, Jesús no llenaba las expectativas completas de las profecías acerca del Mesías. Algo que ellos asociaban con el poder humano.
Los principales líderes religiosos, habían distorsionado la imagen del Mesías con la de un rey secular, que encarnaría el mismo poder de los grandes imperios. Abrazaban la idea de que el Mesías destruiría a los enemigos de Israel. Y que legitimaria el poder que ellos ejercían como líderes religiosos. En cambio, escucharon fue: “Les aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas van delante de ustedes hacia el reino de Dios” (Mateo 21:31, NVI).
El Mesías distorsionado
Las palabras de Jesús fueron chocantes y repudiables para los líderes religiosos judíos, sostenidos en mitos e interpretaciones institucionales de las Escrituras. Habían enseñado “adecuadamente”, en su lectura de la Tanak (lo que hoy llamamos el Antiguo Testamento) que el Mesías debía cumplir con la escatología interpretada por siglos, especialmente con las características del periodo mesiánico:
- Restaurar el trono de David, reinando sobre Israel y acabar con la diáspora (Deuteronomio 30:3; Isaías 11:11-12; Jeremías 30:3; 32:37; Ezequiel 11: 17; 36:24).
- El Templo literal sería reconstruido (Isaías 2:2-3; 56:6-7; 60:7; 66:20; Ezequiel 37:26; Malaquías 3:4; Zacarías 14:20-21);
- El mesías traería la paz mundial y las guerras finalizarían (Miqueas 4:1-4; Oseas 2:20; Isaías 2:1-4; 60:18).
- También, el mesías revindicaría las enseñanzas totales de la Tora y los judíos cumplirían con todos sus preceptos (Ezequiel 11:19-20; 36:26-27; 37:24; Deuteronomio 30:8, 10; Jeremías 31:32).
- El mesías liberaría a Israel de sus opresores y destruiría a sus enemigos. (cf. Zacarías 9-14).
Jesús desafió la escatología interpretada desde una óptica religiosa e institucional. Mientras los judíos esperaban un mensaje de vindicación y la restauración de ellos como el pueblo escogido, el centro del universo, a los que se les dijo durante siglos que Dios los pondría “por cabeza, no por cola” y que estarían “por encima de todo, nunca por debajo” (Deuteronomio 28:13), o como lo vierte la TLA: “siempre serán el país más importante del mundo”. Pero el Reino del cual hablaba Jesús dinamito esa noción que los judíos habían abrazado, mediante su lectura del Antiguo Testamento. A sus discípulos les dijo lo contrario: “Si alguno de ustedes quiere ser el más importante, deberá ocupar el último lugar y ser el servidor de todos los demás” (Marcos 9:39 TLA).
La principal esperanza escatológica de los judíos sobre su vindicación y exaltación como pueblo escogido, terminó siendo pulverizada. Si Jesús realmente era el Mesías, no se esperarían que les dijera que debían seguir siendo sumisos a los romanos y pagarles impuestos al imperio enemigo: “den al César lo que es del César” (Marcos 12:17). Así que, Jesús no dijo “Sólo nosotros somos el único pueblo verdadero”, ni siquiera “Somos el remanente”. Tampoco anunció la destrucción de los romanos o de los demás gentiles. Todo lo contrario: ofreció la salvación universal y la liberación a toda la humanidad.
En la mente de los fariseos, la idea del Mesías del AT, no es la de uno que, en vez de aplastar a los enemigos de Israel, le hace milagros, como al centurión romano (Lucas 7:1-10). Tampoco, ellos esperarían que el Mesías fuera condescendiente y hasta sumiso con los enemigos de Israel; por ejemplo, un soldado romano podía obligar a un judío a cargarle su equipaje (Epicteto [iv. 1.79]), y en ese contexto Jesús les dijo: “Si un soldado los obliga a llevar una carga por un kilómetro, llévenla dos kilómetros” (Mateo 5:41 TLA).
Así, en vez de afirmar el “ojo por ojo y diente por diente”, Jesús desecho estas leyes y presento a un Dios de amor, que envió al Hijo para morir para salvar a toda la humanidad, y no a un grupo selecto o “remanente”.
Doctrinas extra bíblicas
Jesús desafió lo que hoy podríamos llamar popularmente “el establishment”, el grupo que ostentaba el poder religioso y se ocupaba de codificar las enseñanzas religiosas. Durante siglos este grupo fue intelectualmente endogámico: sólo se sustituían entre ellos. Crearon códigos institucionales que dominaban al pueblo, como el Talmud y la Mishná, textos legales que decían cómo debía vivirse la vida de un judío desde su nacimiento hasta su muerte. Jesús vio que las leyes rabínicas ensombrecían el Evangelio y distorsionaban las Escrituras (Mateo 12:1-8,14; 15:1-9).
Los fariseos comenzaban sus preguntas apelando al poder de estas políticas del establishment: “¡Mira! Tus discípulos están haciendo lo que es ilícito en sábado” y “¿Está permitido curar en sábado?”. No había nada en la Torá que prohibiera realizar actos bondadosos en sábado; el establishment religioso había creado esas políticas.
¿Quién dice lo que está prohibido o permitido en sábado? El sistema religioso pensaba que su dominio era absoluto, incluso sobre las Escrituras. Pero, aunque sus normas eran ridículas, siempre que representaran el paradigma de la clase dirigente, eran la voz oficial. Cualquiera que razonara desde un paradigma diferente, como Jesús, estaba fuera de lugar. No era una cuestión de razón, sino de poder.[1] Jesús no pertenecía al círculo íntimo del establishment, por lo que sus enseñanzas eran consideradas erróneas.
Los grupos de poder en el adventismo
Lo mismo ocurre en el sistema adventista. No se trata de una cuestión de razón, sino de poder eclesiástico. Recuerdo a un profesor de Teología que decía a sus alumnos en clase de práctica pastoral: “Mientras tengan contento al presidente de la Asociación les ira buen”. Otro, un decano, le dijo a un estudiante de teología: “A algunos líderes no les gusta como hablas. No porque seas grosero, sino porque no dices lo que ellos quieren oír”.
¿Cuál era el miedo de los líderes religiosos judíos? No era sólo la libertad de pensamiento: Jesús podía pensar lo que quisiera. Lo que sí temían era la libertad de expresión. Jesús estaba comunicando las buenas nuevas a la gente común. Les enseñaba a pensar, a usar la razón, a confiar en su propio juicio. De este modo, muchos llegaron a aceptar el Evangelio de Jesús.
No es fácil comunicar con criterios distintos a los de un sistema religioso hostil. A menudo Jesús hacía preguntas inductivas, para que sus oyentes pensaran por sí mismos. Les enseñaba a razonar y a sacar sus propias conclusiones: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”, preguntaba. “…. ¿Quién decís vosotros que soy yo?” (Mateo 16:13-16). Al comunicarse de este modo, Jesús consiguió convertir a sus seguidores en comunicadores.
Esto es lo contrario de la clase dirigente religiosa. Las religiones prefieren el conformismo silencioso, porque es la mejor plataforma para actuar impunemente. Pero los cristianos deben ser libres para comunicar. Es un principio básico de la dignidad humana. Y la comunicación clara y convincente de las buenas nuevas es la mejor arma para desestabilizar un establishment religioso, porque el Evangelio derrota a cualquier institución religiosa.
¡Silencio!
Ante esta metodología, los dirigentes religiosos judíos se sintieron expuestos y temerosos. Nótese que lo único que pidieron a los primeros cristianos fue silencio: “Entonces los llamaron y les advirtieron que no debían volver a hablar ni enseñar acerca del nombre de Jesús.” (Hechos 4:18, RVC).
Al oír esto, los discípulos comprendieron que el establishment religioso se debilita cuando los creyentes son fieles a sus convicciones y tienen criterio propio: “Pero Pedro y Juan les respondieron: Juzguen ustedes: ¿Es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes antes que a él?”. (Hechos 4:19, RVC).
Jesús no trató de acabar con el sistema religioso de Israel. Asistía a las fiestas anuales, observaba las tradiciones de su pueblo, presentaba su sacrificio en el Templo y predicaba en las sinagogas. Pero él deseaba que el sistema religioso se impregnara de las buenas nuevas y desechara todas las formas humanas que impedían la salvación del hombre. En resumen, Jesús quería salvar al sistema religioso de sí mismo.
Pero, ¡qué difícil es salvar a un grupo que se creen los exclusivos dueños de los medios de salvación! Los dirigentes religiosos judíos se escandalizaron porque Jesús llevó su mensaje y su ministerio de curación directamente a los pecadores y publicanos, pasando por encima de ellos y de su sistema religioso. Jesús les dijo: “No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Marcos 2:17).
¿Admitir que se equivocaron?
Algo que caracteriza a las instituciones religiosas es que no les gusta admitir que cometen errores. Incluso si cometen delitos, prefieren encubrirlos. Los que rompen el silencio son estigmatizados por el establishment.
Los dirigentes judíos se creían tan perfectos que no podían aceptar las críticas de nadie, y menos de uno que no pertenecía al grupo de poder, como Jesús. Cuando el ciego de nacimiento fue interrogado por el Sanedrín tras ser curado por Jesús, no aceptaron su testimonio. Se enfurecieron ante la profunda lección que les daba este mendigo. Le dijeron: “Tú naciste en pecado; ¡cómo te atreves a sermonearnos! Y le echaron fuera” (Juan 9:34).
Esta noción de la infalibilidad del establishment religioso está impulsada por la comodidad. Los líderes religiosos temían que la gente se uniera a Jesús y desafiara el sistema que ellos habían creado, con lo que perderían sus privilegios como casta gobernante. Las décadas -siglos- que habían dominado les habían demostrado que todo es mejor cuando las cosas se dejan como están.
Por eso el establishment religioso no habla de problemas, sino de desafíos; no habla de errores, sino de grandeza. Si el establishment religioso admitiera sus errores, estaría obligado a cambiar. Esto significa salir de su zona de confort. Significa una pérdida de privilegios, y por eso rechazan la idea del cambio.
Jesús desafió la comodidad del sistema religioso. Vio que sus enseñanzas eran tan obviamente erróneas que resultaban ridículas de seguir. Y cuando el poder es ridiculizado, pierde su capacidad de control y por tanto su dominio.
Jesús refutó los argumentos de los religiosos ridiculizándolos ante la gente. Por ejemplo, cuando los fariseos asaltaron a Jesús preguntándole por sus discípulos:
¿Por qué quebrantan tus discípulos la tradición de los ancianos? ¡Comen sin cumplir primero el rito de lavarse las manos!
—¿Y por qué ustedes quebrantan el mandamiento de Dios a causa de la tradición? Dios dijo: “Honra a tu padre y a tu madre”, y también: “El que maldiga a su padre o a su madre será condenado a muerte”. Ustedes, en cambio, enseñan que un hijo puede decir a su padre o a su madre: “Cualquier ayuda que pudiera darte ya la he dedicado como ofrenda a Dios”. En ese caso, el tal hijo no tiene que honrar a su padre. Así por causa de la tradición anulan ustedes la palabra de Dios. (Mateo 15:2-6).
Los fines y medios
El establishment religioso distorsiona el Evangelio para buscar su propio beneficio. Cree que lo que importa es la supervivencia del establishment y, como se atribuye a Nicolás Maquiavelo, “El fin justifica los medios”.
Jesús no creía que el fin justifica los medios. Comprendió las incoherencias de los fariseos y refutó su razonamiento erróneo. Sólo las personas que tienen una conciencia firme pueden usar su razón y exponer respetuosamente los fallos que observan. La diferencia entre el silencio y la comunicación radica en la lealtad a la conciencia frente a la lealtad al privilegio.
El poder sólo admite la “crítica positiva”, es decir, el aplauso y la alabanza. El discurso de Jesús les atormentaba porque se sentían condenados. No los halagó ni los aplaudió, pero les expuso públicamente sus faltas y errores:
¡Hipócritas! Isaías tenía razón cuando profetizó sobre vosotros: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Me rinden culto en vano; sus enseñanzas son meras reglas humanas” (Mateo 15:7-9).
En lugar de escuchar la sabiduría de Jesús, los líderes religiosos buscaron la manera de eliminar esta molesta crítica (Mateo 12:14).
Los fariseos y los sacerdotes judíos iniciaron el camino para eliminar a Jesús, y comenzaron con el método de la estigmatización. El establishment religioso etiquetó a Jesús. No se lo dijeron en persona, sino que murmuraron. Cuando se dirigían a él, era sólo para buscar argumentos con que condenarlo. Pero, con frecuencia, en vez de eso, quedaban en ridículo. A sus espaldas confabulaban todas las formas malvadas inimaginables, lo maldecían y buscaban su muerte. Lo hacían porque sentían que estaban perdiendo su poder sobre el pueblo: Le preguntaban: “¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado este poder? (Mateo 21:23).
Hoy la Iglesia Adventista del Séptimo Día tiene sus propios establishment. Los líderes de este establishment, como los de todas las organizaciones, tienen sus propios intereses personales y tratan de mantener su poder sobre los miembros. Creen que la supervivencia de la institución justifica los medios, en muchos casos perjudiciales. Sólo el cielo sabe cuántos creyentes sinceros han sufrido o siguen sufriendo estigmatización y discriminación dentro del adventismo.
Jesús nos mostró que ningún sistema religioso está por encima del Evangelio. La misión de los cristianos es comunicar libremente el Evangelio y condenar cualquier tipo de establishment religioso que intente imponer tradiciones absurdas, formas externas o pruebas de discipulado que no están contenidas en las Escrituras.
_____________________________________________________________________________________________________
[1] Esto concuerda con la filosofía del poder de Michael Foucault: “La construcción analítica de Foucault permitió descubrir la profunda relación entre poder y el saber, sustrayendo al saber su presupuesto de neutralidad. El saber requiere un marco de poder para su concreción y viceversa, siendo a su vez el saber un producto del poder.”
Daniel A. Mora, es el editor para AToday Latino América.
Para comentar, dale clic aquí.