Dejando de ver el paisaje por el Árbol de Navidad
En la iglesia de mis abuelos, hay una persona que se niega a entrar en la iglesia durante todo el mes de diciembre. ¿Por qué? Porque la plataforma tiene un árbol de Navidad.
Por un tiempo trabajé como moderadora de la cuenta de Instagram de la Asociación General. En cierta ocasión sugerí hacer un villancico de Adviento a la semana. Me advirtieron que no hiciera nada «navideño» para no provocar la ira de aquellos que ven cualquier decoración navideña como paganismo hedonista.
En un vídeo en el que compartía las bendiciones del primer día de Adviento, invitando a los oyentes a poner sus corazones en la venida de nuestro Salvador, el primer comentario fue de una mujer que me informó de que mi rímel y mi labial con color eran «demasiado» y que nunca me harían caso si seguía con semejante exhibición libertina. En la tercera semana de la serie de Adviento, tardé 20 minutos en comprobar que el escenario no fuera demasiado llamativo, que mi cara no pareciera demasiado maquillada o que no se viera en la cámara ninguno de los adornos navideños que mi madre coloca amorosamente cada año.
¡Que nadie se ofenda!
Si usted hace cualquier forma de ministerio adventista, el 60% de sus esfuerzos se gastarán en evitar la crítica acérrima de los Sevvys Pesados. En los intentos por evitar las minas terrestres de ser vistos como demasiado flexibles, demasiado progresistas o demasiado herejes, podemos acabar pasando más tiempo aplacando a los legalistas malhumorados que compartiendo el evangelio. Nos sentimos como Sísifo: trabajando constantemente mientras avanzamos poco.
Aunque soy creyente de toda la vida, por mi edad todavía se me considera un creyente joven. Sin embargo, en mi breve estancia en la tierra, he descubierto que ciertas personas siempre encontrarán algo por lo que enfadarse. Hay una delgada línea entre el respeto y el aplacamiento temeroso, y yo siempre elegiré lo primero en lugar de lo segundo.
Cuando era pequeña, la Navidad era la mejor época del año. Era una época acogedora y llena de color en la que celebrábamos el Adviento, anticipábamos los servicios de Navidad en nuestra iglesia local, hacíamos una celebración de «Cumpleaños feliz, Jesús» cada año y disfrutábamos de tres regalos cada uno, el mismo número que recibió Cristo. Papá Noel nunca fue una figura legítima para nosotros, sino una caricatura simpática. El centro de la Navidad siempre fue Cristo.
Así que comprender la indignación de ciertos creyentes que intentaban desacreditar la fiesta debido a sus raíces paganas me parecía extraño. Y sigo pensando que la furia por las tazas rojas y las «Felices Fiestas» ha estado fuera de lugar. Nosotros, los adventistas, en particular, somos una iglesia que dice esperar el regreso de Jesús. Sin embargo, nos especializamos en cosas menores, dejando a Cristo tiritado de frío porque vino en el día equivocado y de la forma equivocada.
Sin embargo, mientras vigilamos las celebraciones de los demás, deberíamos abordar la ironía de tal ira. Isaías 7:14 dice: «Por eso el Señor mismo os dará una señal. He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel». Como sabemos, Emanuel significa «Dios con nosotros». Isaías 9:6 continúa diciendo: «Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz».
Aquí estamos aprendiendo los títulos del salvador venidero, Dios que viene a la tierra para cumplir un pacto entre el creador y la creación colocándose en la posición más vulnerable conocida por el hombre para llevar a cabo una tarea tan aplastante que sólo Dios mismo podría hacerla.
¡Dios nos favorece a todos!
En Lucas 2, al relatar el nacimiento de Jesús, conocemos el contexto de su entrada en la tierra. Nos gusta hablar de sus humildes orígenes. Pero con demasiada frecuencia nos quedamos en una comprensión esterilizada de nivel de escuela primaria.
Los ángeles de los versículos 10 a 12 describen la venida de Cristo como portadora de «una buena noticia de gran alegría para todo el pueblo. Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor», y luego, en el versículo 14, las huestes celestiales se reúnen para cantar: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz entre sus predilectos”.
Tal vez pensemos que «entre aquellos a quienes él favorece» se refiere a los adventistas. Pero cuando criticamos a otros por sus árboles de Navidad, en realidad estamos renunciando a nuestra oportunidad de glorificar a Dios con las buenas nuevas de gran alegría para todas las personas. En esas franjas de comentarios airados, estamos exponiendo de qué trata realmente la temporada navideña: no de buenas nuevas de gran alegría para todos, sino de nuestra propia justicia.
Cuando los fariseos le preguntaron a Jesús en Mateo 22:36-40 cuál era el mandamiento más importante, su respuesta no fue: «Ama a tu religión con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente, y el siguiente es parecido: reprende a tu prójimo como a ti mismo.»
¡Paz en la tierra!
Juan 1:9-14 (NVI) dice:
“Esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano, venía a este mundo.
El que era la luz ya estaba en el mundo y el mundo fue creado por medio de él, pero el mundo no lo reconoció. Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron. Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios.
Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y contemplamos su gloria, la gloria que corresponde al Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”.
¿Por qué debemos convertir en polémica una festividad centrada en la paz? ¿Por qué gastar incontables palabras de crítica demostrando que otra persona está equivocada? A Satanás le encanta cuando estamos tan centrados en nosotros mismos que pasamos por alto a Cristo.
Eso es perderse el bosque por el árbol de Navidad. En lugar de eso, dirijamos nuestra atención a la magnitud de Dios despojándose de su divinidad, el creador convirtiéndose en su creación. Por supuesto, al diablo no le gusta eso, así que trata de argumentar la Navidad: un «Podrías haber tenido razón si no hubieras usado esa frase o llevado esa ropa o decorado así» tipo de cristianismo combativo que aísla y divide.
Para nosotros es un acto de rebeldía poner los ojos en Cristo, gloriarnos en la majestad de su humildad y en la paz destinada a traer la buena voluntad a toda la humanidad.
Y ser felices -celebrar con toda la belleza que podamos encontrar- esa «buena noticia de gran alegría para todos los hombres».
Nicole Dominguez es Editora de Adventist Today News.