Cambiando las viejas etiquetas por unas nuevas y auténticas
Siempre me han gustado las vans de los años 70’. Ya sabes, las furgonetas con cortinas en las ventanas y llenas de todas las calcomanías conocidas por la humanidad. Son conducidas por los espíritus libres del mundo, los tipos más excéntricos que dicen: “Oye mundo, esto es lo que soy, te guste o no”. Supongo que admiro su valentía. Imagino que cada calcomanía representa una parte de la historia de su propietario, un lugar que ha visitado, un grupo o equipo al que apoya, una expresión única de sí mismo.
Yo soy demasiada obsesiva-compulsiva para hacerlo, pero siempre pensé que quienes lo hacían eran geniales.
Eso me hizo pensar: todos coleccionamos etiquetas a lo largo de nuestra vida. Puede que no las coloquemos en nuestros automóviles ni las cosamos en nuestra ropa, pero están ahí, se acumulan lentamente en nuestro interior.
“Tengo defectos”
Hace años, asistí a un taller en Dallas llamado Pathways. Una de nuestras tareas era hacer una lista de todas las voces negativas que suenan en nuestras cabezas, y luego escoger la más sobresaliente. El líder pasó un micrófono por el grupo y cada participante debía leer el mensaje que más había destacado.
A pesar de que éramos personas de distintas profesiones y condiciones sociales, de edades comprendidas entre los 18 y los 60 años, hombres y mujeres, ¿podrían creer que todos los mensajes eran iguales? Había alguna variación de ” Tengo defectos. Hay algo malo en mí”.
Empezamos a recibir estos mensajes desde que nacemos. Vienen de todas partes: padres, entrenadores, amigos, profesores, cónyuges. Algunos son positivos, pero otros no. Lamentablemente, son los negativos los que tienden a quedarse. Lo que hace que este patrón sea tan peligroso es que la mayoría de nosotros no somos conscientes de que está ocurriendo.
Estas creencias erróneas se meten en el tejido de nuestro ser. Absorbemos las etiquetas como si formaran parte de nosotros. Asumimos que eso es lo que somos. Lo que siempre hemos sido.
Los comentarios que se lanzan al azar se convierten en etiquetas, fijadas permanentemente a nuestras almas. Como un grafiti cubre una pared, se acumulan y acaban por bloquear lo que realmente somos: creaciones perfectas hechas a imagen de Dios.
Entonces, es necesario que seamos conscientes de esas voces en nuestra cabeza, de esos susurros sobre quiénes somos, y que las enfrentemos con las Escrituras antes de que tengan la oportunidad de instalarse permanentemente en nuestro interior. Si algo de lo que se nos dice sobre nosotros mismos no concuerda con la Palabra de Dios, entonces es mentira y debe desaparecer.
En mi libro Prayed Upon, describo cómo, mientras un terapeuta cristiano se aprovechaba de mí, me di cuenta de que vivía según una serie de “normas” que me convertían en víctima. Las etiquetas que no habían sido controladas desde la primera infancia, cuando somos más susceptibles y manipulables, se habían arraigado y controlaban mis decisiones.
Tuve que reconocer que las ” normas ” estaban ahí, y luego tuve que desafiarlas con la verdad de Dios. Aunque no estaba segura de merecer el amor de Dios, confié en que lo merecía porque Su palabra dice que lo merezco. Todos lo merecemos.
Nuevas etiquetas
Así que estudié detenidamente las Escrituras y me empapé de las manifestaciones de amor de Dios hasta que los viejos grafitis se cubrieron con nuevas inscripciones: AMADA, ADOPTADA, APRECIADA, LUCHADORA, POR QUIEN MURIÓ, VIDA ETERNA, HIJA, AMIGA, DIGNA, INTACHABLE, PRIVILEGIADA, VALORADA, REDIMIDA.
Con estas nuevas etiquetas, ya no me servían las antiguas, y empezaron a caer. Vi cambios en mi matrimonio, mi familia y mis amistades y, con el tiempo, surgió un nuevo conjunto de pautas que sustituyeron a las defectuosas. Mi vida estaba en una nueva trayectoria, y nadie volvería a tratarme como basura. ¿Por qué? Porque ya no creía esas mentiras. Ahora sé quién soy. Soy una hija del Rey, una heredera, una creación perfecta.
Con esta nueva conciencia, estoy atenta a esos mensajes e intento eliminarlos antes de que tengan la oportunidad de adherirse. Si veo uno que no debería estar, simplemente lo despego y lo tiro. Luego lo cubro con uno nuevo. Satanás es un maestro en introducir estas etiquetas cuando menos nos damos cuenta.
Pero no tenemos que aceptarlas. Basta con cambiarlas.
Han pasado seis años desde mi abuso y desde que descubrí estas normas defectuosas. Ahora tengo un nuevo conjunto de etiquetas que estaría orgullosa de pegar por todo mi minivan verde de 14 años, calcomanías que son precisas y dan vida en lugar de las que me destrozan.
No, sigo siendo demasiado obsesiva compulsiva. Tal vez podría manchar la pintura.
Amy Nordhues es una sobreviviente tanto de abuso sexual en la niñez como de abuso sexual como adulta a manos de un profesional de la salud mental. Es una apasionada seguidora de Cristo y experta en la sanación que Dios proporciona. Es licenciada en psicología con especialización en sociología y criminología. Tiene un blog en www.amynordhues.com. Es casada y madre de tres hijos, y le gusta pasar tiempo con la familia, escribir, leer, sacar fotos y todo lo relacionado con la comedia.