El Evangelio es más que religión
Cuando no hay lugar para el diálogo ante las diferencias de opinión, se abren las puertas de la intolerancia y el rechazo. Se usan los versículos bíblicos como ataque o condena, disfrazados de un falso manto de santidad, y se vierten en las redes sociales como si fueran armas de destrucción. Imponemos normas e ideas como si fueran de Dios y alegamos estar defendiéndolo con integridad.
¿Así es como deberían resolverse las cosas? ¿Es más fácil excluir que aceptar, le hecho de que no todos vemos la vida con el mismo lente, aunque estemos en el mismo lugar?
Bajo la excusa de que la “verdad” no es negociable, hemos decidido expulsar al que no está de acuerdo con nuestros conceptos de la realidad. Estamos tan cegados ante el hecho de que ni nosotros mismos entendemos la esencia del mensaje que tanto resaltamos, y superior al de los demás. Creemos que tenemos todo resuelto, pero seguimos odiando. Rechazamos al que no encaja en el rompecabezas en el que nos acostumbramos.
Aunque mencionamos el amor, es bajo nuestros términos. Solo amamos al que esté de acuerdo con nosotros. Ganar un argumento se volvió más importante que amar al hermano o al joven con un pensamiento diferente. No conforme con eso, asustamos a quienes quieren ser inclusivos con palabras como “ecumenismo”, “infiltrado”, “apostata”, etc.
Preparamos sermones separatistas y enseñamos que, si no te unes a nuestro club con nuestras reglas, te perderás por la eternidad. Tachamos de débiles a los que sí se arriesgan a predicar del amor de Cristo. Despreciamos el más valioso principio como mero sentimentalismo mientras practicamos un falso perfeccionismo. Comparamos el evangelio del amor con alimento simple y le damos más valor a una profecía malinterpretada que conduce a la discordia, el control y un evangelio de miedo.
Decimos que Dios es amor, pero también justicia. La excusa perfecta para desear la destrucción y muerte de los que no piensan como nosotros. Y es ahí donde está el punto ciego. No comprendemos que si tanto anhelamos la perdición eterna del que consideramos malvado, en esa destrucción quedaríamos todos condenados. Porque todos somos enemigos de Cristo. Es solo por Su amor infinito y Su gracia que ya fuimos perdonados. ¡Qué gran engaño el creer que con la obediencia y un buen comportamiento ya somos dignos de la salvación!
Deja de ver a tu prójimo como un enemigo. Deja de odiar o sentirte superior al que no está de acuerdo contigo. Deja de pelear por la ropa, las luces, o el color de la alfombra. Por el que levanta las manos cuando adora o el que no se pone de rodillas cuando ora. Deja de pelear por el piano o la batería. Dios nos enseñó que solo Él puede ver lo que el hombre no mira. Nuestros ojos se enfocan en lo superficial, pero solo Dios nos conoce a profundidad.
Y mientras nos peleamos por cuidar de la “sana doctrina”, que al final solo ha sido destructiva; el diablo se ríe. Sin él mover un dedo, entre nosotros nos matamos. Peleamos por tener nuestros nombres en las listas de liderazgo. Porque nuestros templos se conviertan en museos de santos. Encerramos a Dios en una pequeña caja que llamamos religión, y si alguno desea entrar, debe amputar su esencia e individualidad para ponerse el traje de la uniformidad. Donde se expulsa fácilmente a los que no se amoldan a nuestras normas, conceptos, e ideas, ya que son considerados una amenaza.
No consideramos ni siquiera un poquito, el hecho de que todos entramos en la caja de la religión por la necesidad, pensando en que podíamos encontrar al único Dios que nos puede salvar. Y mientras nuestros templos se convierten en campos de batalla, dejamos a Cristo afuera, esperando que alguien abra la puerta para que entre a esa caja llamada religión.
Amigo y amiga, nadie puede tener la verdad porque la verdad no es un concepto. Es una persona, es el Verbo. El cristianismo nunca se trató de ganar una discusión teológica o filosófica. El verdadero discípulo no se mide por su conocimiento o por cómo defiende su verdad, sino en cómo ama incluso a quien lo trate con hostilidad. Ábrele la puerta de tu corazón a Jesús. Él te puede enseñar más que teorías, en cambio sí nos enseñará la verdadera forma de amar.
Carol Bonilla es la Coordinadora del ministerio Escrito Está y Asistente Administrativa, esta casada y vive en Cleveland, Tennessee.