Cuando los santos se van
Chris Blake, pastor de la iglesia adventista de San Luis Obispo, en California; ex editor de la revista Insight; y autor del libro Swimming Against the Current (Nadando contra la corriente) recuerda una ocasión en la que la revista Insight publicó un artículo que abordaba el uso de maquillaje sin condenarlo claramente.
El aparente consentimiento sobre el tema en el artículo estimuló la glándula religiosa de la junta directiva de una iglesia adventista local. Esa junta envió una carta a Insight indicando que el artículo no tenía su aprobación y solicitaron que se cancelara su suscripción a la revista infractora.
Hay quienes podrían sugerir que la acción de la junta merece la etiqueta de “acoso organizacional”.
Y, ¿por qué se van?
Acciones como las que Blake describe en su libro agregan un impedimento más a la relación de muchos jóvenes con la iglesia y generan la pregunta: “¿Por qué quiero ser parte de un grupo que actúa así?”
La respuesta en un número significativo de casos es “No quiero”, y la persona se separa de la iglesia que fue parte de su vida desde la niñez. El lema oficial de la Conferencia General “Iré” muy a menudo es respondido con: “Puedes apostar que iré. ¡De hecho, me voy de aquí!”
Cuando un hombre o una mujer toma medidas para anular la membresía de la iglesia, la decisión puede dejar atrás a un padre frustrado, triste, preocupado, tal vez enojado y, a menudo, con preguntas.
Las preguntas se multiplican: ¿qué hicimos mal? Gastamos todo este dinero para pagar la educación cristiana de nuestro hijo. ¿Cómo se descarriló esto? ¿Cómo podemos aceptar que nuestro hijo pueda estar perdido? ¿Cómo habrá alegría en el cielo si nuestros hijos no están allí con nosotros? Los padres han agonizado, orado y ayunado, rogando al Señor que anule la decisión de sus hijos. ¿No hay nada que nadie pueda hacer? Siguen las lágrimas y, entre ellas, una profunda preocupación: “¡No puedo soportar pensar que mi hijo se perderá!” “Hay una eternidad para ganar”, he oído decir a padres, “…y nuestro hijo no estará con nosotros. ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podemos soportarlo? ¿No nos hace el Señor responsables de nuestros hijos?” Las respuestas a preguntas como éstas (y hay un sinfín de otras a seguir) son escasas e insatisfactorias.
Lo que debemos reafirmar es que, de todo lo que sabemos acerca de Dios y de sus métodos, no existe ninguna disposición para violar ni siquiera la libertad de elección de nuestros propios hijos, ni para imponer la conformidad a la fuerza.
Algunos adventistas consideran que preguntas como las anteriores están prohibidas fuera del círculo familiar. Se ha trazado una linea que protege las emociones asociadas con el hecho de que adultos o jóvenes hayan rechazado el adventismo, a pesar de haber sido criados en una familia comprometida con las prácticas y la teología adventistas.
¿Saturación adventista?
Muchos de estos padres son consistentes en la asistencia a la iglesia, se involucraron en los diversos programas juveniles, mantuvieron y valoraron la asociación con amigos dentro de la congregación, y de palabra y obra evidenciaron compromiso con la iglesia local, así como con la Iglesia Adventista global.
Estas actividades son potenciadas a través del sistema educativo adventista que ofrece programas de calidad desde preescolar hasta el nivel de posgrado. La expectativa de esta profunda inversión en la estructura social y educativa adventista es que un niño a quien se le haya dado el paquete adventista total permanezca en la iglesia.
Cuando esta expectativa no se cumple (cuando un niño deja la iglesia para unirse a otro grupo religioso, o anula la asociación con cualquier iglesia), el resultado son padres desconcertados, frustrados y llenos de culpa. La frustración se agrava cuando la persona que deja el adventismo se convierte en un semi-cristiano o en un dedicado no-cristiano.
He conversado con padres miembros de iglesia, a veces entre lágrimas, describir cómo agonizaban sobre dónde confiarán el futuro educativo de sus hijos. Y cuentan cómo, después de un examen de conciencia y de pasar muchas horas hablando con padres cuyos hijos asistían a la escuela adventista local, decidieron poner el futuro de sus hijos en manos de educadores adventistas.
Ahora, unas dos décadas después, ninguno de los niños se considera adventista. Asisten a la iglesia en ocasiones especiales, cuando los padres los invitan. No practican el comportamiento adventista tradicional: trabajan en sábado, ignoran las prácticas dietéticas y en sábado participan en actividades recreativas y de entretenimiento que son inconsistentes con lo que aprendieron cuando eran niños. “¿Donde nos equivocamos?” Se preguntan los padres.
Las preguntas se multiplican: “¿Y si los hubiéramos educado en casa?” “¿Hubiera sido mejor enviar a nuestro hijo a la escuela pública local? Entonces hubiéramos podido monitorear las actividades y haber tenido una influencia más directa en el comportamiento, las creencias y las actividades extracurriculares de nuestro hijo”.
Los “qué hubiera pasado si” no tienen fin y, como es de esperar, ¡no tienen respuestas definitivas! Aquí está la conclusión: nosotros, como padres, tomamos las mejores decisiones que pudimos basándonos en la experiencia, las opciones disponibles, los dones del niño (fortalezas naturales, talentos, inteligencia, intereses), la accesibilidad a escuelas alternativas y la economía familiar.
Esta situación no tiene una solución fácil, y las preguntas albergan niveles de culpa que persisten y esperan respuesta. Los “qué hubiera pasado si” se niegan a ser acallados. Claramente, incluso los mejores esfuerzos han demostrado ser inadecuados para enfrentar el torbellino de preguntas que surgen dentro de la denominación adventista contemporánea. Existe un contexto que demanda una consideración.
¿Podemos mantenerlos dentro?
Es importante considerar los factores que atraen a las personas a continuar su relación con la iglesia y crear métodos para mejorar esos factores.
Estos factores incluyen, entre otros, interacción social y una atmósfera segura y sin prejuicios donde las personas pueden compartir sus preguntas, dudas y luchas sin respuestas condenadoras. Los grupos de estudio bíblico son un ejemplo en el que es posible fomentar preguntas y discusiones sobre asuntos controvertidos u oscuros.
Un ambiente local tiene un mayor potencial para mantener el contacto de humano a humano que una carta enviada desde una oficina despersonalizada. El hábito es una fuerza poderosa que conecta a quienes comparten y promueven conductas, éticas y valores significativos y mantienen propósitos y objetivos comunes.
También pueden haber sistemas de creencias similares, algún acuerdo en lo que respecta a cuestiones éticas y de comportamiento, y una estructura educativa que crea un vínculo que puede trascender el hecho de elegir lo que es teológica y moralmente importante.
El punto de partida es dar la bienvenida a todos e implementar estructuras, sistemas y comportamientos que hagan de la aceptación total la forma normal de operar.
Cómo hacer que se vayan
Para ver justo lo contrario, sintonice la reciente declaración de Mark Finley transmitida en el internet adventista. Finley, hablando en nombre de la Conferencia General, llega al punto de su discurso sin perder tiempo: la comunidad LGBTQ no tiene lugar en la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
Sus expectativas son claras: los miembros de la comunidad queer deben, mediante los poderes milagrosos de Dios, ser transformados en personas heterosexuales, o deben mantenerse alejados.
Que no nos sorprenda entonces, que la comunidad que Finley denuncia se oponga, rechace y se desvincule de quienes defienden el hecho de que no son bienvenidos.
Un oyente crítico, con conocimiento de las leyes bíblicas, bien podría preguntar: “Entonces, pastor Finley, ¿se unirá a mí para apedrear al hijo/hija de nuestro pastor que insultó a su madre?”
Si alguno tiene un hijo terco y rebelde que no obedece a su padre ni a su madre, y cuando lo castigan ni siquiera los escucha, entonces su padre y su madre lo apresarán y lo llevarán a los ancianos de su ciudad a las puertas de su ciudad natal. Y dirán a los ancianos de su ciudad: Este hijo nuestro es terco y rebelde, no nos obedece, es glotón y borracho. Entonces todos los hombres de su ciudad lo apedrearán hasta morir; y quitarás el mal de en medio de ti, y todo Israel lo oirá y temerá (Deuteronomio 21:18 ss).
Ah, un consejo adicional: ¡contrate a un abogado defensor competente antes de implementar esta orden!
Lawrence Downing, D.Min, es pastor jubilado y ha trabajado como profesor adjunto en la Escuela de Negocios y la Escuela de Religión de la Universidad La Sierra, y en el Instituto Internacional Adventista de Estudios Avanzados de Filipinas..
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